El Paran Mañakuy (pedir la lluvia en idioma quechua) es un ritual andino ancestral de la nación Yampara, en Bolivia, para combatir la sequía que año a año afecta a familias indígenas productoras.
Por Isapi Rua
Isabel Choque, mama curaca mayor del Consejo de Ayllus y Markas de Yampara Suyu, trenza sus cabellos, saca de un baúl el poncho rojo que ha tejido y se lo pone. Toma su bastón de mando, se persigna mirando la cruz de madera colgada de la pared encima de su cama y sale a su encuentro con Vicente Zarate, en la Unidad Educativa de la comunidad Angola, uno de los siete territorios de la nación o pueblo indígena Yampara, en el municipio de Tarabuco, departamento de Chuquisaca, en Bolivia.
Vicente, un universitario de 23 años, acaba de llegar de la ciudad de Sucre, donde estudia veterinaria y zootécnica en la Universidad San Francisco Xavier, después de dos horas de viaje en bus y otro tramo en su motocicleta. Él ha convocado a mama Isabel para subir al cerro Jatun Punta. Allí hacen los rituales en agradecimiento a la Pachamama o Madre Tierra.
La nación Yampara es una de las 37 naciones originarias del Estado Plurinacional de Bolivia, sus territorios están en el departamento de Chuquisaca, entre los municipios de Tarabuco, Yamparáez, Icla, Zudáñez, Sopachuy, Presto y parte del Distrito 8 de Sucre. Tiene su gobierno propio y sus habitantes hablan el idioma quechua. El Censo realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2012 registró 7.050 personas autoidentificadas como yampara.
Isabel y su hermana menor, Valentina Choque, conversan en quechua y pijchan coca (masticar como hábito social y/o ritual) en la escuela de Angola, donde se encuentran con Vicente. Las clases para las niñas y los niños de primaria se han suspendido para que participen del ritual del Paran Mañakuy, o “pedir la lluvia”, una práctica ancestral de la nación Yampara para tiempos de sequía.
Los más jóvenes, como Vicente, guardan recuerdos de su participación en este ritual de cuando eran niños.
“Me gustaría ir ahora. Ir al cerro, orar a Dios con fe. Todo el día y toda la noche para que nos escuche y llueva. Antes, cuando no llovía, nos escuchaba la cosmovisión (Madre Tierra y otras deidades). El guiador nos enseñaba las oraciones para que, de rodillas, pidamos a la cosmovisión para que nos escuche”, manifiesta Vicente. Las niñas y los niños de Angola suben al cerro Jatun Punta para cantar y honrar a la Pachamama.Foto: Isapi Rua.
El ritual en Angola comenzaba con un peregrinaje de tres kilómetros en los que mujeres, niños y hombres subían hacia la cima de su cerro sagrado. En la cumbre oraban por horas, con cánticos acompañados de instrumentos musicales, como el charango. Se ofrendaban khoas, o mesas multicolores, en las que ponían mirra e incienso y figuras de azúcar, que representan los deseos de amor, dinero, una buena cosecha o un viaje.
“Los cerros te dan signos, señales de lo que va a pasar en la pacha, es decir, en el mundo físico, cuándo va a llover o no, porque ahí nacen las lluvias. Por eso también la gente hace sus peticiones, para curarse de enfermedades, porque son espacios sagrados”, explica René Vargas Yabeta, integrante coinvestigador Yampara del libro “Yampara Suyu. Historia, Cultura, Identidad”, publicado por la Casa de la Libertad.
La organización y programación del ritual Paran Mañakuy se realizaba en reuniones con todas las familias de la comunidad Angola. Sin embargo, en los últimos tres años eso ha cambiado, ante la escasa participación y desinterés de los pobladores, por su adopción de otras religiones como la evangélica y la católica, explica el curaca de Angola, Gregorio Vargas.
Humberto Guarayo, excuraca mayor de la nación Yampara y coinvestigador del libro “Yampara Suyu. Historia, Cultura, Identidad”, de 2018, analiza que, desde la llegada de la colonia española, la esencia de la espiritualidad ancestral andina ha sufrido grandes cambios y no existen registros escritos sobre los rituales, como el Paran Mañakuy, antes de la llegada de la religión católica. Hoy hay un sincretismo de santos católicos y deidades ancestrales andinas, como ocurre con las oraciones durante el ritual para llamar a la lluvia.
Mientras el grupo le reza y le canta a la Pachamama los niños caminan hacia el Jatun Punta cargando libros en sus mochilas, van jugando con cada elemento del paisaje que encuentran a su paso, sea un pozo de agua, donde se acopia la lluvia, o la vegetación característica de la zona. Vicente carga en su espalda ponchos tejidos con símbolos de su pueblo y sombreros adornados con lentejuelas coloridas. Junto a otras mujeres, Mama Isabel, camina a paso rápido varios metros adelante.
El cuidado del entorno se expresa en las palabras de las niñas, quienes advierten a sus compañeros varones no lastimar a los árboles con los que están jugando porque “pueden castigarnos”. Ese cuidado de las especies que alberga el Jatum Punta, que hace la comunidad también se puede ver en la preservación de los pinos y variedad de hongos que las familias de Angola venden en ferias y supermercados en las ciudades de Sucre y Santa Cruz de la Sierra, lo que les genera ingresos cuando la sequía provoca pérdidas en sus cultivos de papa.
En el cerro Jatum Punta, a 3.594 metros de altura sobre el nivel del mar, la respiración se dificulta porque la concentración de oxígeno es mucho menor. Allí el frío acompaña al sol que da al paisaje un color oro y que dibuja la silueta de enormes pinos protegidos por cercos de alambre. Niño de Angola observa el paisaje desde la cima del Jatun Punta.Foto: Isapi Rua.
Más impacto en las mujeres
En el 2020, el Observatorio de la Tierra de la NASA registró la segunda sequía más intensa en la última década. En algunas regiones de Sudamérica este fenómeno ocurría aproximadamente una vez cada 50 años.
En Bolivia, cinco de sus nueve departamentos sufrieron la sequía más intensa de los últimos 18 años, informó en octubre del 2020 el entonces ministro de Defensa del Estado Plurinacional de Bolivia, Luis Fernando López.
Entre los municipios afectados en el departamento de Chuquisaca está Tarabuco, a 64 kilómetros de la ciudad de Sucre. Tarabuco tiene 75 comunidades, 50 de ellas (que albergan a 800 familias), sufrieron por los efectos de la sequía entre 2020 y 2021, según el presidente del Concejo del Gobierno Autónomo Municipal de Tarabuco, Liborio Leaños.
Las familias de los pueblos originarios de Pisily, Angola, Qullpa Pampa, Jatun Rumi, T’ula Mayu, Miskha Mayu y Puka Puka perdieron el 35 por ciento de sus cultivos de papa, y otros como trigo, maíz y hortalizas, explica Liborio.
“Es normal perder cada año sobre todo los cultivos de papa. Se llega a perder un 60 a 70 por ciento”, añade Liborio Leaños, autoridad del Gobierno Autónomo Municipal de Tarabuco. Papas cultivadas por mama Isabel en la comunidad de Angola.Foto: Isapi Rua.
Carlos Calle, curaca mayor, la autoridad máxima de la nación Yampara, expresa su preocupación por las pérdidas de cultivos, que son centrales para la alimentación de las familias originarias.
“Estamos en etapa de sembrar la papa como las miskas, son papas de temporada, ya empezaba a llover en esta época, pero hasta ahora no ha llovido”, dice Carlos.
Unos minutos antes de la entrevista el curaca regaba el huerto de hortalizas que tiene en su casa, en la comunidad Pisily, con manguera y agua que había recogido meses antes, de lluvias pasadas, en un tanque de plástico dotado por la alcaldía municipal.
En Yampara, cuyo significado es el camino de la lluvia (yampa: camino; paran: lluvia), septiembre, octubre y noviembre son los meses de lluvia en el ciclo agrícola de los pequeños productores indígenas.
Durante su calendario agrícola, es decir, la siembra (tarpuy pacha), la cosecha (aymuray pacha) y el tiempo frío (chiraw pacha) practican rituales en agradecimiento a la Pachamama por la abundancia y la fertilidad. El tiempo entre la siembra y la cosecha, entre noviembre y febrero, es el Pujllay, la temporada en la que el supay o saqra (diablo) anda suelto. Al Pujllay le sigue la Pascua (40 días después del carnaval), el espacio de reposo en que fructifican los campos y los animales.Cosecha de granos de maíz de la comunidad Angola.Foto: Isapi Rua.
En la temporada fría y seca, entre junio y agosto, se celebran las fiestas de San Juan, San Pedro y San Pablo con grandes fogatas en los cerros en compañía de la música de los ayarichis, una danza originaria, que se realiza en la temporada de sequía.
La escasez de agua no solo afecta la producción agrícola, sino también el abastecimiento de agua potable en sus viviendas. Fabiana Alvarado, de la comunidad Angola, camina 800 metros a la casa de Isabel Choque para llenar su bidón (recipiente de plástico) de 20 litros y cargarlo en su colorido aguayo tejido. Las mujeres utilizan el aguayo, un tejido tradicional andino como complemento de su vestidura y para llevar a sus hijos pequeños o cargar objetos en la espalda.
El nivel de agua del manantial, que es la fuente del sistema de agua potable, está disminuido y no genera suficiente presión para que llegue a las casas que están en la parte alta, donde vive Fabiana.
“La falta del recurso hídrico y el cambio climático afecta más a las mujeres en las comunidades rurales porque asumen y se encargan de la seguridad alimentaria de sus familias, de la crianza de los animales, de limpiar los utensilios de la cocina, lavar la ropa de la familia y de la casa”, señala el informe Los Pueblos Indígenas y el Cambio Climático de la Oficina Internacional del Trabajo en su informe, publicado el 2017. Mama Isabel, preparando el alimento y dando de comer a su nieto.Foto: Isapi Rua.
“Antes de que tuviéramos los grifos en las casas, las mujeres íbamos a los manantiales a lavar ropa y esa misma agua se traía para cocinar”, exclama Isabel.
En la memoria de mama Isabel y de otros yamparaez están los rituales individuales y colectivos para llamar la lluvia.
Para aumentar las aguas del manantial, mama Isabel recuerda que las mujeres enterraban huevos de pato debajo de sus aguas, porque el pato casi siempre está en el agua.
“Funciona, daba más agua cuando lo hacíamos”, añade.
Mama Isabel es la primera en llegar a la cima del Jatun Punta. Por la ubicación del sol a las 3:00 de la tarde, su sombra se extiende hasta los 300 metros, distancia que aún les falta a los niños y a Vicente por recorrer. Su mirada y su sonrisa nostálgica se pierden como si estuviese en un estado meditativo.
“Porque después de mucho tiempo estoy volviendo aquí”, manifiesta.
El impresionante paisaje, en el que se fusiona la geografía de las regiones bajas y altas, rompe con cualquier límite geográfico marcado en el mapa político. Vicente asume el liderazgo para organizar a los niños y explicar a mama Isabel, una vez más, por qué estaban allí.
Mama Isabel y su hermana toman nuevamente su bolsa de coca y pijchan. Vicente y los niños han formado un círculo entre las piedras. Ahí están tres generaciones yamparaez, ofrendando coca, cantos y oraciones, pidiendo a sus espiritualidades el elemento vital para sus familias: la lluvia.
La protección del Estado a la cosmovisión andina
La Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia reconoce, en su artículo 30, el derecho de las naciones y pueblos indígenas originarios campesinos a sus espiritualidades, prácticas, costumbres, y a su propia cosmovisión y responsabiliza al Estado de la obligación de desarrollar políticas públicas para preservar, desarrollar, proteger y difundir las culturas existentes en el país.
Humberto Guarayo, excuraca mayor de la nación Yampara y coinvestigador del libro “Yampara Suyu. Historia, Cultura, Identidad” asegura que no existen proyectos para la recuperación, revalorización de prácticas espirituales ancestrales desarrollados por los gobiernos local, departamental y nacional, que puedan proyectarse como aportes a soluciones para mitigar los fenómenos climáticos como la sequía, como lo plantean las prácticas de las comunidades yampara con el Paran Mañakuy.
La prioridad de la nación Yampara ahora es la reconstitución de sus territorios ancestrales. Son siete markas (pueblos) y suyus (naciones) las que se están consolidando después de un largo proceso de demanda por su titulación, desde el 2009, cuando mediante referéndum la población de Tarabuco aprobó la conversión del municipio de Tarabuco en autonomía indígena originaria campesina Yamparáez. Mujeres oradoras, Vicente Zarate, niñas y niños de Angola, en la cima del Jatun Punta.Foto: Isapi Rua.
Juan Chambi, técnico del Consejo de Ayllus y Markas Yampara Suyu, indica que en sus planes de gestión territorial han incluido sus prácticas espirituales para que sean priorizadas en su recuperación.
Volver a la espiritual está en manos del pueblo
Juan señala que la enseñanza y aprendizaje de las escuelas debe implementar estas reflexiones y conocimientos en los niños. Asimismo, en otros espacios con la población joven yampara, por ejemplo, es importante compartir los saberes de los tejidos porque guardan parte de la memoria y conocimientos de su pueblo.
“En la comunidad Pisily hemos planteando que se tiene que implementar parte de (la enseñanza de) los tejidos originarios en las áreas técnicas, porque los jóvenes ya se están olvidando, en otros centros ya no se está viendo estos valores, por eso es importante tomar en cuenta este aspecto en la educación”, explica Juan.
En Angola, “en los currículos regionalizados, los maestros tienen programada la enseñanza de los conocimientos, historia y memoria cultural andina del pueblo Yampara, además de la participación de los estudiantes en rituales”, afirma el maestro Édgar Gonzáles. La Unidad Educativa solo imparte clases hasta el nivel sexto de primaria.
“Es una obligación, una vez decretada la ley 070 Avelino Siñani, venían los papás a compartir conocimientos, de los primeros rayos del sol, sobre la organización comunitaria, las comidas típicas, el periódico de los incas. Al inicio se estaba enfocando bien, pero ahora se está dejando de lado, falta que haya más estrategias desde el Ministerio de Educación, por ejemplo faltan libros, textos en quechua, porque ahí se enseña en quechua y castellano. También faltan maestros para que se fortalezca la aplicación de las mallas curriculares”, analiza Édgar.
En la cima del Jatun Punta, liderados por mama Isabel, los niños y las niñas intentan repetir las oraciones en cánticos en los que se invoca a santos católicos y a la Pachamama. Vicente canta en voz más baja, por momentos vacila al no recordar con claridad las oraciones.
Después de una hora y 30 minutos del ritual, mientras mama Isabel explica a Vicente que estas oraciones se tienen que hacer con fe para que Tata Dios escuche y llueva, los niños y las niñas se dispersan y se unen de nuevo para ver el impresionante paisaje, al borde de sus precipicios, sin temor a caer, manifiestan que conocen este espacio y sonríen cuando se les advierte que tengan cuidado porque pueden resbalarse.
Al ocultarse el sol, y mientras mamá Isabel retorna a la comunidad, las nubes se tornan intensamente oscuras, con señales de lluvia.
Pero ese día no llovió. Vicente ensaya una explicación: no se hicieron las oraciones completas y participaron pocas personas.
“Algunos no lo hacen con los mismos sentimientos, puede haber veces en que fracasa el ritual, lo más importante es pedir con fe y, mientras más lo pidan, se juntan más fuerzas”, explica.
Aunque recuerda que también se puede invocar individualmente a la lluvia y que algunos comunarios practican “la pelea de manantiales” en secreto y silencio.
“Llevan agua de un manantial y echan en otro manantial diferente, se cree que las aguas se pelean, porque tienen espíritus que son territoriales, se hacía de manera oculta porque a veces caían granizadas, por eso es oculto, lo hacen algunas personas”, explica Gualberto Guarayo, excuraca mayor de la nación Yampara.
Recuerda que su abuela hacía “pelear manantiales”, aunque no frecuentemente porque si se abusa del llamado de la lluvia, se puede provocar el efecto contrario que son las inundaciones. Asimismo ocurre cuando se tocan los instrumentos musicales en temporadas que no corresponden.
“Si uno toca en época seca, llama la lluvia, entonces hay instrumentos, como el Pinkillu, para temporadas de lluvia”, señala Guarayo.
Mientras mama Isabel se toma un descanso después de lavar la ropa, se sienta en su telar para terminar de tejer un poncho que pretende vender en alguna tienda de Tarabuco. Vicente vuelve en su motocicleta hacia Tarabuco para luego continuar su viaje en bus hacia Sucre. Espera volver a vivir en Angola en dos años, una vez termine sus estudios. Tiene la intención de desarrollar proyectos de crianza de ganado bovino, ovino y porcino con los conocimientos que le da la universidad. Además, pretende fortalecer su organización mediante su participación en este espacio importante en la toma de decisiones e incidencia para la generación de políticas públicas que mejoren la vida y el desarrollo de sus habitantes.Vicente Zarate junto a niños de la comunidad Angola, observan el paisaje de su territorio Angola de Nación Yampara.Foto: Isapi Rua.
Nota. Esta historia hace parte de la serie periodística Caminos por la Pachamama ¡Comunidades andinas en reexistencia!, y se produjo en un ejercicio de cocreación con periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia.
Imagen principal: Mujeres, niños y el estudiante Vicente Zarate oran para llamar la lluvia en el cerro Jatun Punta en Bolivia. Foto: Isapi Rua.