Por Doly Leytón Arnez
– ¿Cuánto tiempo te demanda obtener agua para el uso diario en tu casa?
– Unas tres horas –mínimo-
– ¿Tanto? ¿Por qué?
“Las mujeres de Yumao”… La primera vez que escuché esta frase imaginé instantáneamente –quizás por la influencia de las películas hollywoodenses- a un grupo de mujeres guerreras, fornidas, de tez morena y la mirada fija, de esas que muy pocos pueden aguantar.
Esa expresión la escuché hace exactamente tres años, de labios de un joven investigador, especialista en la temática medioambiental que tenía en su agenda una serie de investigaciones por hacer; entre esos temas, el de “las mujeres de Yumao” quedó marcado en mi mente. Si bien en nuestra conversación me ilustró sobre una realidad que a cualquiera puede conmover, nada me preparó para escuchar los relatos y ver las situaciones personalmente tres años después en el mismísimo pueblo de Yumao; donde la situación no había cambiado en lo más mínimo.
Aquella comunidad, ubicada en el Chaco boliviano, distante a unas cinco horas de la capital de Santa Cruz de la Sierra, paradójicamente a la riqueza natural que posee el sitio donde está enclavada -cerca del Río Grande, de donde se proveen de peces- es considerada entre las más pobres de Bolivia. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reporta que las familias de Yumao tienen la menor tasa de ingresos y la mayoría de las necesidades básicas insatisfechas: comida, agua, saneamiento y los ingresos económicos mínimos.
Entre estas necesidades, la falta de acceso a fuentes de agua potable es la que más afecta sus vidas.
– Lupe, ¿cuánto tiempo te demanda obtener agua para el uso diario en tu casa?- Unas tres horas, mínimo.
– ¿Tanto? , ¿por qué?
– El río está a unos ocho kilómetros de mi casa
Es en este contexto en el que la mayoría de las mujeres de las 22 familias de Yumao responden con total naturalidad de que obtener el agua para saciar la sed de su hijos, para cocinar, para sus tareas diarias –comunes- y hasta para hidratar a sus animales, les demanda mínimamente tres horas cada día. 180 minutos contra máximo quince minutos que toma recoger la misma cantidad de agua a cualquier persona de las ciudades o de pueblos aledaños que sí cuentan con la dotación del servicio más básico que requiere todo ser humano: el agua potable.
Quizás las mujeres de Yumao no tengan ese semblante poderoso de las típicas guerreras de las películas pero en realidad son unas luchadoras que día a día trabajan para mantener a sus familias. Ellas se levantan todos los días con el canto de las charatas (ave típica del Chaco) para enfrentar una faena que consiste en armar su equipo de recolección -varios bidones de 10 litros, su vasija o tutuma y el burro (si cuentan con uno)- para empezar una caminata hasta el río en búsqueda del líquido vital; casi siempre acompañadas por sus hijos.
Son tres horas de su vida diaria que dedican a esta labor, pero ahí no termina todo. Al llegar a sus casas no hay descanso, el agua recogida aún no está lista para consumirla directamente –hay que cuidar la salud de los niños y de la familia en general-. El siguiente paso en la “operación agua” de las mujeres de Yumao, a pesar del cansancio y energías quemadas durante la recolección en el río, es la purificación.
Antes de hervirla en fogones alimentados por leños, las mujeres utilizan una técnica ancestral que requiere adentrarse al monte para conseguir la materia prima. Arrancan unas hojas de caraguatá, -una planta con una bella flor roja en el centro pero de apariencia poco amigable por las hojas alargadas con márgenes espinosos como el de la corona de las piñas-. Durante el proceso con la resina, como por arte de magia, el líquido pasa de una apariencia turbia a aclararse poco a poco; el paso final es el hervido. “Lo más importante es que así evitamos que los niños tengan diarrea o cualquier otra enfermedad del estómago porque cuando llueve el río trae heces de las vacas y hasta puede estar contaminado con pesticidas”, comenta Ely Zarate, una de las valientes mujeres de Yumao.
Foto de portada: Mujeres de Yumao con sus familias / Eduardo Franco Berton