Por Doly Leytón Arnez
“Siembra, produce y ríe”, esta frase es el estribillo de un spot del Gobierno Departamental de Santa Cruz, en Bolivia, en la que se destaca la productividad de las tierras cruceñas. Para el imaginario general, se trata de algo más atribuible a las zonas del norte cruceño o los valles donde la producción a gran escala brinda el alimento a miles de familias bolivianas. Sin embargo, después de visitar Yumao se podría afirmar que también puede aplicarse a pequeños y esforzados productores que viven y trabajan la tierra en condiciones un tanto adversas en el Chaco boliviano donde la falta de lluvias y elevadas temperaturas son una constante.
Celsa Álvarez Padilla de Zardán -54 años, alta y robusta, de mirada penetrante y carácter fuerte- no nació en Yumao pero es el sitio en el que decidió echar raíces hace más de tres décadas, exactamente 33 años. Si bien el lugar donde vive es una de las poblaciones más pobres de Bolivia porque sus familias tienen la menor tasa de ingresos y la mayoría de las necesidades básicas insatisfechas -según El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo- ese territorio ubicado en el Gran Chaco posee una riqueza natural que es atesorada por quienes viven su día a día allí. Es parte del Gran Chaco americano, la segunda región boscosa más extensa de América Latina después de la Amazonía, y el mayor bosque seco continuo del mundo. Alberga una gran diversidad de hábitats que van desde esteros, lagunas y bosques subhúmedos hacia el este, hasta pastizales y bosques secos hacia el oeste. Estos ambientes brindan refugio a una alta diversidad de especies de plantas y animales, incluyendo 150 especies de mamíferos, 500 de aves, 186 especies de anfibios, 297 de reptiles y 3.400 especies de plantas, de las cuales 400 son endémicas, según Redes Chaco. El Gran Chaco se expande sobre más de 1 millón de kilómetros cuadrados, un 46% se encuentra en la Argentina, 34% en Paraguay, 20% en Bolivia, y una pequeña fracción en Brasil.
Es allí, en esa pequeña porción chaqueña donde Celsa Álvarez Padilla produce y vive de la naturaleza con la tierra, el río y su familia como aliados. Las familias de su comunidad no están una junto a otra como en los barrios citadinos, en este campo alejado de la ciudad, las casas están separadas por varios kilómetros. En la carretera de tierra que lleva hasta el pueblo, que a veces tiene como paisaje a los lados plantaciones de maíz y en otros tramos, largos senderos de árboles frondosos, destaca en parte del trayecto -como un oasis en el desierto- un pequeño letrero que anuncia la venta de queso y helados de leche. Una flecha, que en la noche ilumina por el adhesivo fluorescente con la que está diseñada, indica un sendero que se abre al lado derecho de la ruta.
Esa es la propiedad de la familia Zardán, donde las actividades inician antes de que el sol atisbe. “Todos los días nos levantamos a sacar la leche para hacer el quesito”, comenta orgullosa la mujer que hace esta tarea religiosamente todos los días aunque llueva, haga calor o el intenso frío azote. Mientras que su esposo Gilberto Zardán Salazar se dedica a las tareas agrícolas. El hombre que lleva encima seis décadas tiene en su esposa el mayor soporte para realizar el trabajo diario que permite generar los recursos necesarios para mantener a su familia.
Celsa Álvarez es una mujer trabajadora y la vida de campo para ella es menos rutinaria de lo que uno se puede imaginar. Además de sus labores con las vacas, la producción de queso y helados con la leche restante, y de la atención diaria de su familia, ella brinda un especial cuidado al ganado porcino y caprino. “Cuidamos a nuestros chanchitos y las ovejitas”, comenta mientras nos muestra en los alrededores de su propiedad el fruto del trabajo en familia.
Pero ¿cómo se logra esto en un pueblo que no tiene sistema de distribución de agua?
El Informe de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos en el Mundo 2016: Agua y Empleo, resalta que en el sector agroalimentario un suministro de agua insuficiente o irregular afecta a la calidad y cantidad de empleo, limita la producción agrícola y compromete la estabilidad de los ingresos, con efectos dramáticos para las familias más pobres con recursos y medios de protección limitados para hacer frente a los riesgos. Esto tomando en cuenta que la agricultura tiene un papel muy importante en el apoyo al sustento, sobre todo para los más pobres, con un importante aspecto ligado al autoconsumo. Si bien cuando llegaron a Yumao, al igual que todas las familias, los Zardán tenían como único recurso proveerse del líquido sólo del río, poco a poco han logrado superar esa limitación. En primer lugar, cansados de caminar todos los días por varias horas, lograron instalar exitosamente un sistema de cosecha de agua de lluvia y otro de bombeo que les permitía llenar tanques. Pero cuando el sistema fallaba tenían que recurrir a comprar agua del pueblo de Gutiérrez porque, según rememora Celsa, las afecciones estomacales eran recurrentes cuando consumían el líquido del río pese a que este fuese hervido.
Tras años de intenso trabajo en el negocio agrícola con la venta de maíz y derivados de la leche, el mayor sueño de la familia de doña Celsa Álvarez se materializaría luego de invertir unos 20 mil dólares –los ahorros de toda su vida y parte adquiriendo una deuda- en la perforación de un pozo, que de milagro dio agua. “No se hizo ningún estudio, no sabían si iban a pillar una vena o no. A ellos no les importaba si se quedaban sin un peso pero querían cumplir su sueño dorado de tener su grifo, su duchita, su agua sin necesidad de seguir acarreando del río”, expresa con emoción Marita Zardán, la menor de sus hijos. “A pesar de todo, Yumao es una tierra fértil que no niega a las semillas; todo lo que se siembra, madura. Con todos estos trabajos de agricultura y ganadería hemos sacado adelante a nuestros hijos y también queremos que ellos se establezcan aquí. El resultado de nuestro esfuerzo es toda una fuente de trabajo que también queremos dejar aquí para nuestros hijos y para nuestros nietos que están viniendo. En el campo uno come bien, de la leche, queso, chancho ovejas y ahora estamos queriendo implementar una lechería y piscicultura”, concluye doña Celsa.
Con tres hijos profesionales y una última concluyendo una carrera universitaria en la ciudad, Celsa Álvarez es el vivo testimonio de que el esfuerzo tiene su recompensa y de que las condiciones adversas de su pueblo, que carece de agua potable, energía eléctrica, y otros servicios básicos no han sido impedimento para cumplir sus sueños.