Por Malkya Tudela
(Este reportaje es una colaboración periodística entre Guardiana y la Red Ambiental de Información)
El surazo de junio provocó una helada que secó los pastizales para el ganado de la comunidad El Rancho, en la TCO Territorio Indígena Monte Verde, pero su bosque no fue afectado y sus árboles de copaibo les proveen ahora ingresos extraordinarios porque se mantienen produciendo una resina que han comenzado a transformar en pomadas, jabones, aceites refinados y champú.
El evento, que normalmente implica el ingreso de viento polar hacia la Chiquitanía en invierno, fue devastador para los pastizales de las 14 familias de esta comunidad ubicada en el municipio de San Javier, a unos 300 km al norte desde Santa Cruz de la Sierra hasta donde se llega por la carretera que atraviesa la zona del agronegocio en Pailón y San Julián.
La TCO Tierra Indígena Monte Verde tiene cerca de un millón de hectáreas –947.440 para más precisión– y más de 120 comunidades. El territorio es tan vasto que El Rancho no tiene un poblado con casas cercanas entre sí; desde el Laboratorio Artesanal, por ahora en pleno montaje para que las mujeres puedan elaborar derivados del copaibo, la vista se pierde en cualquier dirección sin distinguir ninguna otra vivienda.
Si bien el frío extremo quemó las plantaciones agrícolas y los pastizales, que ahora están secos y pintan de amarillo el paisaje habilitado para la ganadería, el área de bosque se mantuvo protegida: la espesura preserva su verdor y solo las hojas caídas del otoño contrastan cubriendo el suelo.
La helada fue tan extraordinaria en esta zona del Bosque Seco Chiquitano que, a sus 34 años, Sandro Macoñó da por perdidas sus más de tres hectáreas de papaya quemadas por la temperatura extrema.
“(Pasó) en un amanecer nomás, al otro día el solazo fue para acabarlo todito. Si no reacciona, eso es una inversión fuerte perdida…, esperemos que pueda vivir, le ha quemado el cogollito principalmente”, dice Macoñó. El sembradío de papaya había estado incólume por cinco años hasta este evento.
El presidente de la comunidad, Rolando Chuvé, también se nota angustiado: “Medio preocupa el tema del cambio climático que nos ha azotao estas últimas semanas. En el transcurso de la entrada desde San Javier hasta el lugar (casa comunal y laboratorio) se nota bien la helada que ha caído, eso peligra a causar incendios” como en el 2019. Y es que la hierba seca es un combustible eficaz para el fuego.
“La ganadería es de todos los días, de ahí uno se puede solventar en alimentación, salud. Las familias ordeñan todas las mañanas, hacen queso, el fin de semana se vende en San Javier, con esos recursos se trae (víveres para) la alimentación, de ahí sale todo, pese a que no es mucho”, comenta Sandro Macoñó.
El joven chiquitano también está preocupado por su ganado porque este rechaza la hierba arrasada por la helada. Aunque es dueño de solo siete vacas, cuida un pequeño hato en la modalidad “al partir” compartiendo el riesgo con un propietario privado, así que debe garantizar que tengan crías saludables para entregarlas al empresario.
“El ganado no lo come (el pasto afectado por la helada), se necesita comprar sal mineral para que a ellos les de sed, coman el pasto y tomen agua; que no nos falle el agua estaría biensísimo”, dice Rolando Chuvé, que tiene el mismo problema con sus bovinos.
Salvados por el copaibo
Aunque están golpeados en su actividad de agricultura y ganadería, todavía tienen 247 copaibos –censados y enumerados en el bosque– que conservan, cuidan y explotan colectivamente.
Al contrario del desastre en la agricultura, ningún comunario tiene que enfrentarse en soledad al mercado en la recolección de la resina del árbol y ninguno debe responder a un propietario privado.
Toda la comunidad está comprometida en la cosecha de la materia prima dentro del monte –trabajo de los hombres– y su transformación en pomada, jabón, aceite y champú –trabajo de las mujeres.
Un día de recolección significa un jornal para cada uno de los comunarios y el resto del dinero se destina a necesidades colectivas. Así lograron su sistema de agua por gravedad y energía solar en la casa comunal.
El litro de aceite cuesta alrededor de Bs. 600 y una cosecha puede dar hasta 7 litros cada 15 a 30 días. La producción es colectiva, el cuidado de la reserva comunal es colectivo y la distribución de los ingresos también. Los productos derivados, como el champú, las pomadas o los jabones se venden en precios que van desde los Bs. 15 a los Bs. 25.
Por ahora los productos derivados del copaibo se llevan al mercado de San Javier y la publicidad va de boca a oreja entre los consumidores locales.
“Elaboramos nuestros productos, no harto, poco, porque no tenemos mercado. Hacemos lo que vemos que vamos a poder vender en el pueblo (San Javier), más allá del pueblo no salimos a ofrecer ni a vender porque no hacemos en cantidad, tal vez (tenemos) ese miedo a que nuestros productos se queden (sin vender)”, dice Delia Macoñó Surubí, que conforma la Asociación de Mujeres Emprendedoras de El Rancho.
Las mujeres se capacitaron, con apoyo de la carrera de Ingeniería de Procesos de la UAGRM, y están próximas a habilitar el laboratorio dentro de la casa comunal. Por cada veinte botellas de champú que se ofrecen a la venta por ahora, cinco se quedan en stock para ofrecerlas con la siguiente producción.
Los técnicos de Apoyo Para el Campesino Indígena del Oriente Boliviano (APCOB), entidad que impulsa este proyecto piloto de obtención de beneficios locales conservando el bosque, consideran que las propiedades analgésicas y antiinflamatorias del aceite de copaibo pueden tener una importante aceptación en el mercado boliviano pues las comunidades chiquitanas lo usan desde tiempos inmemoriales como sustancia para la fricción con el objetivo de aliviar dolores musculares y articulares, aplacar alergias, repeler a los mosquitos y tratar problemas en los pulmones.
“El aceite es muy caliente, creemos que puede combatir la enfermedad que estamos pasando”, dice Delia Macoñó, refiriéndose a la Covid-19.
Si bien el aceite de copaibo es el producto más conocido dentro de la medicina tradicional lugareña, el más vendido debido a la pandemia es el jabón líquido.
Una isla de copaibos
Todo parece ser extraordinario en El Rancho. “Nosotros veníamos apoyando a comunidades de Concepción, Río Blanco y Santa Mónica, en la producción de copaibo que tienen una producción mucho menor. En el 2018 ellos (comunidad El Rancho) visitaron a APCOB informando que habían encontrado una buena mancha de copaibo. Mis colegas se pusieron el desafío de hacer el censo… y quedaron sorprendidos de ver la cantidad que había”, recuerda Patricia Patiño, directora a.i. de APCOB.
Esta “era una mancha de copaibo tan inusual en la zona chiquitana que en una superficie de no menos de 49 hectáreas se encontraban más de 240 individuos en plena producción”, explica Miguel Ángel Jerez, técnico de proyecto en la entidad.
En el Bosque Seco transicional al Pantanal, en el Bosque Seco bajo y en el Cerrado, estos ejemplares están tan dispersos que se puede encontrar dos a tres copaibos en un kilómetro a la redonda, pero en El Rancho se cuentan cerca de 20 copaibos en la misma superficie.
La cosecha fue la siguiente sorpresa: hasta 300% más que en la comunidad de Río Blanco, que para agravar su situación perdió 50 árboles en el incendio de 2019.
Y no es que El Rancho no hubiera sufrido por el fuego que arrasó la Chiquitanía ese año. Rolando Chuvé recuerda que, durante casi dos meses, día y noche, protegieron su actual reserva comunal de copaibos en producción, usando barreras naturales y maquinaria.
“Tuvimos que hacerle un borde, tuvimos que hacer un cordón con tractor, tuvimos que desmontar alrededor y defenderlo, echarle agua, agua y agua, y lo defendimos”, cuenta.
Lento en crecer y generoso con su aceite
El incendio forestal de 2019 suspendió la recolección de la resina y la pandemia en el año 2020 obstaculizó la llegada al mercado con los productos procesados.
La comunidad retomó la producción este año con apoyo, gestionado por APCOB, de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, vía carrera de Ingeniería de Control de Procesos, para capacitar a las mujeres en el procesamiento de champú de cusí mejorado, jabón líquido de copaibo, jabones sólidos de copaibo y la formulación de aceite bifásico de cusi con solución de papaya.
A la vez, el Museo de Historia Natural Noel Kempff Mercado tiene previsto realizar estudios botánicos para conocer más los rasgos particulares de la actual reserva comunal.
Hay muchas cosas por conocer del copaibo. Los comunarios todavía no se explican por qué algunos individuos producen solo un líquido guindo, otros, solo aceite, y la mayoría, una mezcla de ambos. Tampoco se sabe aún si existe diferencia en la producción de los ejemplares más viejos frente a los más jóvenes.
Los informes técnicos indican que existen dos especies (Copaifera langsdorffii y Copaifera reticulata) en la zona y cada árbol produce entre ¼ y 1 litro de aceite por año, con un crecimiento de 12 a 15 centímetros por año –de ahí la expresión lugareña “acopaibao” para sugerir con humor que una persona es de lento entendimiento– y con una altura de hasta los 25 metros.
“El árbol más grueso tiene tres metros de diámetro, de cincuenta (centímetros) de diámetro para arriba ya se puede perforar”, explica Chuvé.
Los hombres perforan el tronco, más o menos a un metro de altura desde el suelo, e introducen un tubo de plástico por el orificio, de modo que un extremo permanece dentro del árbol y el otro queda suspendido en el aire, cerrado con una tapa rosca.
La recolección, que se hace cada 15 a 30 días, consiste en abrir la tapa rosca y esperar a que chorree el óleo-resina acumulado.
La corteza leñosa del árbol está formada por una pared de cubos pequeños con una superficie rugosa que alberga musgo fresco en su superficie. El tronco casi no tiene ramas y la copa poco frondosa apenas se distingue cuando se mira hacia arriba.
La única desventaja del copaibo es que, en caso de incendio, el árbol puede convertirse en una antorcha que se consume rápidamente debido a su aceite. Por lo demás es tan generoso que “en tiempo de sequía es cuando más aceite da”, dice Rolando Chuvé.
En modo piloto
“El bosque es más que madera, hay beneficios bioculturales que involucran a las comunidades indígenas y que pueden conservar con mejores condiciones de vida a la gente”, explica la directora a.i. de APCOB.
En la reserva comunal de 500 hectáreas no se cuidan solo los 247 copaibos, sino toda esa fracción de bosque que contiene más de 61 especies de plantas, 12 de anfibios, 14 de reptiles, 35 de aves y 15 de mamíferos, junto con vertientes de agua y salitrales. Los técnicos y los comunarios saben que hay más árboles fuera y cerca de ese espacio.
En ese marco, la idea de los impulsores del proyecto piloto es probar la viabilidad o no del concepto de Beneficios No Relacionados al Carbono (BNRC), es decir todas las actividades ambientales, socioeconómicas y bioculturales que mejoran los medios de vida de las personas y ayudan en la mitigación y adaptación al cambio climático.
El objetivo es saber “si de verdad los BNRC se pueden medir (y) si de verdad existe un beneficio ambiental asociado a este proyecto piloto”, dice Miguel Ángel Jerez.
El proyecto piloto en la TCO Territorio Indígena Monte Verde, desarrollado por APCOB en Bolivia, también se ejecuta en Panamá, con el impulso de Fundación Geoversity, Bosques del Mundo y Forest Stewardship Council (FSC), sostenidos en el financiamiento de la Unión Europea. Los resultados de esta intervención estarán sistematizados para diciembre y la experiencia será llevada a la Conferencia de Cambio Climático (COP 26) a realizarse en noviembre.
Al margen de esas gestiones, las familias tienen ahora, en los hechos, una fuente alternativa de recursos que funciona ante eventos adversos. “Tenemos un ingreso extra para nuestros hogares, para nosotras como mujeres. Cuánto no quisiera que los productos que hacemos sean más, porque mientras más (productos), más ganancias hay”, dice Delia Macoñó.
Imagen principal: El ingreso a la reserva comunal de El Rancho que alberga en 500 hectáreas a 247 árboles de copaibo. Créditos: Malkya Tudela