La deforestación para expansión de la frontera agrícola y la industria del carbón derivada de ésta, llegaron a territorios indígenas, amenazando proyectos apícolas que son su medio de vida
Por Mercedes Bluske
En los alrededores del apiario, poco queda de los altos bosques que cubrían ese territorio hasta hace algunos años.
El calmo silbido del viento rugiendo entre las ramas, ahora se escucha contaminado por el lejano ruido de máquinas trabajando, mientras que el aire, otrora impoluto, ahora amenaza con cubrir de gris a causa del humo que emana de las chimeneas donde los árboles se convierten en carbón.
En Tahiguatí, ubicada en la ciudad de Villamontes, al sur de Bolivia, los indígenas guaraníes hicieron de la miel su medio de vida durante más de dos décadas. “La apicultura para nosotros es nuestro sustento familiar”, dice Freddy Díaz, mientras se balancea sutilmente en la silla en la que reposa en el patio de su casa.
Freddy es presidente de la Asociación de Productores Guaraníes “Ei Ikavi”, que significa “buena miel” en guaraní. Freddy recuerda que sus ancestros practicaban la apicultura de forma natural hace varias décadas, pues la zona, rica en bosques, era el espacio ideal para este tipo de actividades.
Desde hace dos décadas, en el año 2002, gracias al apoyo de diferentes organizaciones, él, así como otros indígenas guaraníes, decidieron apostar por la apicultura como su medio de vida, practicándola de una manera tecnificada, en las Tierras Comunitarias de Origen (TCO), que les pertenecen.
“Cosechábamos tres veces al año”, dice con un dejo de nostalgia sobre la bonanza que había en las colmenas. Sin embargo, desde hace aproximadamente tres años, la comunidad sufre los embates de la deforestación que, como consecuencia, ha disminuido su producción, así como sus cosechas.
Freddy es presidente de la Asociación de Productores Guaraníes “Ei Ikavi”, que significa “buena miel”/ Fotografía: Jonás Michel Valencia
Una colmena necesita un radio aproximado de 11 hectáreas de bosque para conseguir los nutrientes necesarios para su producción. Sin embargo, la deforestación en la zona está dejando sin alimento a las abejas y, por ende, disminuyendo su capacidad de producir miel.
Hasta el año 2019, antes de la pandemia, los productores guaraníes eran capaces de extraer tres cosechas al año en cada una de las colmenas de abejas de la variedad Apis melífera-africana. La capacidad productora de esas abejas permitía recolectar hasta 20 kilos de miel por colmena, en cada cosecha. Hoy, las cosechas se han reducido a una al año, mientras que la producción de las colmenas oscila entre los 7 u 8 kilos. La causa: la deforestación.
Colindante con el apiario, se encuentra la colonia menonita Bajío Verde, la cual es responsable de la mayor parte de la deforestación en la zona y cuyo destino principal de la madera, es el carbón.
Según confirmó Edgar Machaca, responsable de la Unidad Operativa de Bosque y Tierra de Villamontes, dependiente de la Autoridad de Bosque y Tierra (ABT), la colonia Bajío Verde es una de las 7 productoras de carbón que tiene licencia para realizar esta actividad en Villamontes, bajo categoría B, la cual permite producir de 501 a 1000 toneladas de carbón.
La industria del carbón y los proyectos apícolas, simplemente no pueden convivir en el mismo plano.
No sólo que la deforestación deja sin alimento a las colmenas, sino que el humo, proveniente de los grandes hornos de barro en los que se convierte la madera en carbón, desorienta a las abejas y les impide volver a la colmena, produciendo un fatal desenlace para ellas.
Ante esta realidad, los apicultores guaraníes optaron por sacar sus cajas de la zona, aunque no todos tienen las mismas posibilidades.
“Yo he salido de la comunidad. Gracias a Dios tengo amigos por la costa, más debajo de Ibibobo, y ahí tengo mi colmena, en la costa del río, donde hay bosque y humedad”, dice Freddy con alivio y tristeza, pues sabe que no todos los productores tienen la misma suerte.
En Tahiguatí aún quedan cajas de abejas, algunas abandonadas a su suerte por sus dueños y otras aún atendidas, aunque con resultados que provocan pérdidas, más que ganancias.
Las cajas de abejas abandonadas en Tahiguatí, son un vestigio de la producción apícola. Fotografía: Jonás Michel Valencia
La industria del carbón ha crecido de manera exponencial en el Chaco boliviano, y Villamontes no es la excepción. Aunque en la mayor parte de los casos, como el de Bajío Verde, se trata de una actividad consecuente del desmonte para habilitación de cultivos, como el maíz, y no una actividad económica directa, el resultado es el mismo: menos bosques.
Daniel Murguia Saracho, jefe de Fiscalización de la ABT en Tarija, explica que según el plan de ordenamiento territorial que presenta cada propietario para la ampliación de la frontera agrícola, se autorizan las áreas de desmonte según la superficie del terreno.
Fruto del desmonte se crea un residuo dentro del área que se va a cultivar, con el cual se hacen cordones de leña que se van quemando en hornos que están instalados habitualmente en el interior de cada área de desmonte, dando paso al carbón, como una forma de aprovechar los residuos de la madera.
“Esto se está dando en Villamontes, en Yacuiba y se ha intentado hacer en alguna parte del municipio de Caraparí, pero no ha ido muy bien y también en algún sitio de Entre Ríos, pero tampoco ha funcionado”, explica Murguia.
Si bien la mayor producción de carbón se da al interior de una colonia menonita en el municipio de Charagua, en el vecino departamento de Santa Cruz, la producción de carbón en Villamontes no deja de tener un impacto sobre los bosques y sobre los proyectos que de éste dependen.
Murguia asegura que según controles rutinarios de la institución, en la actualidad la producción de carbón en el Gran Chaco “es muy baja”..
Los hornos desprenden humos que imposibilitan a las abejas regresar a sus colmenas teniendo un final trágico para ellas/ Fotografía: Jonás Michel Valencia
En 2023, por tercer año consecutivo, Bolivia se ha convertido en el segundo país sudamericano con mayor deforestación y en el tercer país a nivel mundial, según Global Forest Watch.
Según datos del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), entre 2010 y 2022, Bolivia cuadruplicó las exportaciones de carbón, pasando de 2.3 millones a 9,6 millones de kilogramos en esos 12 años. En lo que va de 2023, las exportaciones alcanzaron 4.1 millones de kilogramos, con un valor comercial de 741.552 dólares.
Chile, Perú y Brasil, son los principales mercados de exportación, mientras que Santa Cruz, Pando y Cochabamba, son los departamentos con mayor exportación, sin embargo, entre 2021 y 2022, se exportó carbón desde Tarija, en un promedio de 75.000 kilogramos cada año.
En Tarija sólo dos carboneras iniciaron el trámite para exportar ante la ABT, y solo una de ellas logró terminarlo.
Por su parte, desde la ABT-Tarija informan que los controles son rigurosos, como prueba de ello, la institución tiene decomisados dos camiones de carbón que no poseían guía procedente de un área no autorizada para desmonte, situada en Yacuiba, casi frontera con Villamontes. Aunque el carbón se encuentra bajo custodia de la institución, aquellas bolsas representan un bosque que ya no existe.
El carbón boliviano satisface principalmente la demanda nacional, mientras que el excedente, se exporta. El carbón de Villamontes se vende en Tarija, Santa Cruz y Potosí, abarcando algunos poblados de Chuquisaca, como Villa Abecia y Camargo; lugares donde es exhibido con vistosos empaques que especifican su variedad. Otro mercado importante según comercializadores de Tarija, en algunos casos el carbón llega de Villamontes para su posterior empaquetado en Tarija, mientras que, en otros casos, se vende por kilo o a granel en los centros de abasto de la ciudad.
Los camiones viajan abarrotados de carbón para satisfacer la demanda/ Fotografía: Jonás Michel Valencia
Los bosques del Chaco, región a la cual pertenece Villamontes, están cubiertos por una amplia variedad de árboles según su tipo de suelo, alguno de los principales son: Cupesi o algarrobo (Neltuma chilensis), el mistol (Sarcomphalus mistol), el guayacán o palo santo (Bulnesia sarmientoi), palma de sao (Trithrinax schizophylla), palma de caranday (Copernicia alba), toborochi (Ceiba chodatii), caracore (Cereus tacuaralensis), kacha kacha (Aspidosperma quebracho-blanco), Cuarirenda o pelapela (Cochlospermum tetraporum), algarrobilla (Libidibia paraguariensis) y el quebracho colorado (Schinopsis quebracho-colorado), entre otras.
El quebracho colorado (Schinopsis quebracho-colorado), presente en Villamontes, así como en otras zonas del Chaco, es una de las variedades de carbón más apreciadas por los asadores, debido a su poder calorífico, capaz de durar encendido el doble de tiempo y a una temperatura estable, en relación a carbones de otras variedades. Sin embargo, también es una especie valorada en la apicultura, debido a su abundante floración y consecuente capacidad de producir alimento para las colmenas.
La masiva explotación de este árbol nativo del Chaco Sudamericano en general, lo ha convertido en una especie en peligro, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Regis Viveros, de la Plataforma Ambiental de Villa Montes, explica que la deforestación de quebracho colorado es de “larga data”, pues en la época de la construcción del ferrocarril, entre 1944 y 1957, la deforestación fue masiva y ésta era una de las variedades más explotadas, por su alta resistencia.
El ingeniero forestal e investigador en ecología forestal, Alejandro Araujo, explica que la importancia del bosque chaqueño radica en la conservación de la diversidad biológica y su rol en la provisión de servicios y/o funciones ecosistémicos, como el ciclo del agua, la regulación del clima y la captura de carbono.
Si bien en la actualidad la protección de los recursos naturales está contemplada en la Constitución Política del Estado, la Ley de Medioambiente, la Ley Forestal y la Ley Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien, también conocida como Ley 300, entre otras, la deforestación continúa avanzando, al amparo de la ley.
Desde 2015, la Ley 741, aprobada durante el gobierno de Evo Morales Ayma, amplió el desmonte en zonas de cobertura boscosa, de 4 a 20 hectáreas, para pequeñas propiedades y propiedades comunitarias o colectivas, para actividades agrícolas y pecuarias.
Coincidentemente, desde el año 2016, se ve un progresivo aumento de la deforestación en los alrededores de los apiarios, especialmente en las tierras pertenecientes a la colonia Bajío Verde.
Para el abogado Diego Gutierrez Gronemann, fundador de la Sociedad Boliviana de Derecho Ambiental- SBDA, existe una contradicción entre el desarrollo sostenible y la Ley 741.
“El artículo 25 de la Ley de la Madre Tierra y el Desarrollo Integral para Vivir Bien, es contundente cuando establece las bases y orientaciones del ‘Vivir Bien’ a través del desarrollo integral en bosques, incluyendo la prohibición absoluta de conversión de uso de suelos de bosque a otros usos, en zonas de vida de aptitud forestal, excepto cuando se trata de proyectos de interés nacional y utilidad pública”, agrega el jurista.
Para Gutierrez, la deforestación ha aumentado y seguirá aumentando de manera directa en el país en los próximos años, debido a la Ley 741.
Según estadísticas de Global Forest Watch, Bolivia ha pasado de perder 83.3 kilo hectáreas de bosque primario en 2015, a 383 kilo hectáreas en 2022, experimentando un aumento progresivo desde la aprobación de la mencionada Ley.
Si bien los desmontes en Villamontes se realizan bajo la ley, según asegura el responsable de la unidad, Edgar Machaca, ocasionalmente se presentan casos de desmonte ilegal, donde los infractores son sancionados con una multa.
“En base a la superficie desmontada, ya sea en propiedad privada o comunal, se establece una sanción en UFVs. En el caso de propiedades pequeñas o comunidades, se establece el cobro de 190 UFVs por hectárea, en propiedades medianas son alrededor de 976 UFVs por hectárea”.
La Unidad de Fomento de Vivienda (UFV) es un índice diario, calculado con base en la inflación, que es utilizado en Bolivia como referencia para operaciones financieras, contratos y todo tipo de actos jurídicos en moneda nacional, cuyo objetivo es mantener su valor respecto a la evolución de los precios internos.
El valor promedio de un UFV es de Bs 2.45, por lo que una multa de 190 UFV equivale a Bs. 465.5 (67 dólares) , mientras que una multa de 976 UFV equivale a Bs 2391.2 (343.56 dólares).
Sin embargo, aquel costo no devuelve los árboles a la tierra.
Nabor Héctor Mendizabal Chávez, especialista apícola del proyecto Cadenas de Valor ejecutado por la fundación Nativa, ha dedicado su vida al estudio de las abejas.
Desde su trabajo, Nabor apoya técnicamente a los productores de Tahiguatí, aunque en el último tiempo la producción en la zona se ha reducido drásticamente, ante los cambios que se han producido en los últimos años a causa de la deforestación, como consecuencia del cambio de uso de suelos.
“La colonia menonita ha avanzado hacia ellos, quitando áreas de bosque nativo y de recarga hídrica, lo que ha causado serios problemas, porque las abejas han perdido áreas de pecoreo o recolección de polen y néctar”, explica Nabor Mendizabal.
El cambio de los suelos y la deforestación son un serio problema para los proyectos apícolas/ Fotografía: Jonás Michel Valencia
Para Nabor es importante tomar en cuenta varios factores; uno de ellos es el hecho de que los apiarios, de 20 colmenas cada uno, deben tener una separación de al menos 3 kilómetros, ya que las abejas de un apiario necesitan un área de pecoreo efectivo que tenga un radio de un kilómetro y medio para satisfacer su demanda de polen y néctar. Por su parte, ese área debe tener diversidad y calidad de alimento.
En Tahiguatí la deforestación ha llevado a que la zona deje de tener aquellas cualidades que otrora la convirtieron en el sitio idóneo para la apicultura, pues a su alrededor, la deforestación ha avanzado con fuerza desde 2019, llegando a derribar los bosques que se encontraban frente a los apiarios de los apicultores guaraníes.
Un camino de tierra, es lo único que separa a los apiarios de los campos deforestados, hoy convertidos en tierras de cultivo y en zonas de producción de carbón que albergan grandes hornos de barro donde tiene lugar el proceso.
El humo generado como resultado del proceso en el que la madera se convierte en carbón, genera desvarío en las abejas, impidiendo que puedan volver a la colmena y haciendo que muchas de ellas mueran en el campo. Según explica Nabor, esto hace que se reduzca la población en la colmena, afectando su natural desarrollo y, por ende, su producción.
Las cajas se mantienen de pie, pero vacías en su mayoría/ Fotografía: Jonás Michel Valencia
“Hay meses que son críticos, como julio, agosto y septiembre”, agrega.
Es mediados de julio. Freddy Díaz camina por el apiario en el que alguna vez él mismo tuvo colmenas, golpeando las cajas que las contienen. “En esta no hay nada”, dice resignado. Lo mismo sucede en la siguiente y en la siguiente. De pronto, una abeja sale de una de las cajas que está a punto de sacudir. “Es una Apis melífera- africana”, dice con orgullo y tristeza.
*Este reportaje ha contado con el apoyo del Howard G Buffett Fund for Women Journalists de la International Women’s Media Foundation.
*Este reportaje fue producido en colaboración con Verdad con Tinta y fue apoyado por Internews Earth Journalism Network