En 2015 comenzó la construcción del que sería “el túnel más largo de Bolivia”. Cinco años más tarde, la obra quedó abandonada, mientras que tres comunidades guaraníes y una zona urbana de Muyupampa, en Chuquisaca, sufren por falta de agua. Ahora claman a los Iyas o “dueños del territorio” que no los desamparen.
Por Jhonnatan Torrez
(Esta investigación es parte de un proyecto periodístico liderado por la Red Ambiental de Información y que publicamos como parte de la alianza con La Región).
Hace 11 años, Celso Juandela -menudo, manos grandes y hablar pausado- alzaba la voz en una asamblea de dirigentes indígenas en Camiri, al sur de Santa Cruz. Habló en guaraní y las palabras “Túnel” – “Incahuasi” fueron las únicas que pudo atrapar una joven periodista. “Túnel” – “Incahuasi” se le quedaron grabadas hasta ahora.
Al final de la reunión, Isapi Rua, la joven, buscó a ese hombre y lo que él le mostró era un mapa hecho con sus propias manos. En el retazo de papel se veían las casas de la gente de Caraparirenda, unos ojos de agua, un cerro, una carretera y un túnel que atravesaba el cerro que marca la frontera entre Chuquisaca y Santa Cruz.
Se trataba del túnel Incahuasi, una obra que, según el proyecto, formaría parte de la infraestructura carretera de la “Diagonal Jaime Mendoza” y se presentaba como “el túnel más largo de Bolivia”. Debía recorrer 1.260 metros, desde el municipio de Villa Vaca Guzmán, en Chuquisaca, hasta la población de Ipati, municipio de Lagunillas, en Santa Cruz.
En el proceso de aprobación de la obra -cuenta ahora Celso- los pasos que se deben seguir para ejecutar este tipo de megaestructuras, no se cumplieron.
“Vinieron nomás de la empresa diciendo que el Ministerio (de Obras Públicas) ya había aprobado todo y les hizo firmar a los Mburuvicha (capitanes del pueblo guaraní), diciendo que estaban de acuerdo”.
Una de las etapas que para los comunarios no se hizo de manera debida fue la consulta previa.
Esta figura es el derecho fundamental de los pueblos indígenas cuando se toman medidas legislativas y administrativas, o cuando se van a realizar proyectos, obras o actividades dentro de sus territorios. De esta manera, se busca proteger su integridad cultural, social y económica, y garantizar su derecho a la participación.
Las leyes bolivianas establecen que la consulta debe ser “libre, previa e informada, y de buena fe”. En el caso del túnel, libre implica que ninguno de los comunarios o dirigentes puede ser coercionado o persuadido para aceptar el proyecto. Informada, que la gente conoce los beneficios, impactos mitigables y no mitigables a mediano y largo plazo de la obra. Y de buena fe, que se respetan los intereses, valores y necesidades de las comunidades que se encuentran en el área de impacto. También se debe entregar toda la información relevante, absolver dudas y hacerse cargo de las observaciones.
Celso se ocupó de decir que nada de eso pasó en cada reunión a la que le tocaba asistir. Al final se dio cuenta que estaba solo, o respondían, “Ya está hecho, ¿qué vamos a hacer?”.
El tema de la consulta era uno de los puntos en las demandas de la VIII Gran marcha Indígena por la Defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis), por los territorios, la vida, la dignidad y los derechos de los pueblos indígenas del Oriente, Chaco y Amazonia boliviana. A esta manifestación se la conoce como “La marcha del Tipnis”. El 20 de agosto de 2011, la plataforma de dicha marcha envió una nota al entonces gobierno de Evo Morales:
“Exigimos se respete el derecho de consulta y participación en todos los proyectos de exploración y explotación de hidrocarburos y minería, y otros megaproyectos, carreteras, hidroeléctricas que pudieran afectar a los pueblos indígenas, entre ellos los siguientes:
Carretera IPATI — MUYUPAMPA — MONTEAGUDO, Túnel Aguaragüe, Carretera San Borja-Rurrenabaque, Carretera San Buenaventura – Ixiamas”.
La respuesta llegó el 15 de septiembre de 2011, firmada por el entonces ministro de la Presidencia, Carlos Romero Bonifaz. En el punto cinco dice que el gobierno garantiza los procesos de consulta, pero: “dejamos constancia que de ninguna manera se deberá obstruir la construcción de infraestructura caminera estratégica para el desarrollo y la integración del país”.
Entre hechos y palabras
Para Leonardo Tamburini, abogado especializado en derechos humanos y medio ambiente, esa respuesta pone a los derechos de los pueblos indígenas en contra del desarrollo. “Plantearles que sus derechos, de ninguna manera, pueden frenar el desarrollo, es asumir una posición de irrespeto a los derechos humanos”.
Diez días después de la llegada de la misiva, el 25 de septiembre de 2011, la Policía reprimió con violencia la marcha en la localidad de Chaparina (Beni). Medida que adoptó el gobierno al ver fortalecida la marcha pues los intentos de dialogo fracasaron.
A Isapi Rua esos actos la sacudieron como un terremoto. Esta mujer guaraní, de 33 años, pasó su infancia en el municipio por donde pasa este túnel: Villa Vaca Guzmán, al este de Chuquisaca. Conoce a fondo el valor del cerro para su cultura.
Por eso, dos años después de su encuentro con Celso Juandela pudo reunir un equipo para filmar un documental. Quería recoger los testimonios de los dirigentes y de los comunarios acerca del túnel, y hacer algo más allá de la resignación. Actualmente hay un adelanto colgado en su canal de Youtube. Ahí hablan Félix Flores, capitán de la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Itikaraparirenda; Jiménez León, de la comunidad Ñairenda; Hugo Molina, dirigente de la TCO Alto Parapetí, y -claro- Celso Juandela. En todas las entrevistas, hay pesar por cómo sucedieron las cosas y una frase lapidaria.
– “Ellos (el gobierno) dice: ‘esto va sí o sí, nadie tiene que oponerse’. Este es un proyecto que a la larga será bueno y será para el desarrollo”.
Además, los comunarios aseguran que deben asistir a las audiencias solos, sin la asistencia de externos; mientras, la contraparte estatal o privada llega con ingenieros, sociólogos, uno que otro biólogo, y una lista de personas cuyo lenguaje técnico muchas veces deja más dudas que certezas.
Aunque en hidrocarburos y minería la consulta previa está reglamentada, sobre todo cuando es una empresa extranjera la que está a cargo del proyecto; cuando se trata del Gobierno Nacional, existe una especie de carta blanca, más si se trata de un “proyecto estratégico”.
Para Celso Juandela, que vive en la comunidad de Caraparirenda, y para Isapi Rua, que vivió su infancia en Sapirangui, la maraña de leyes y normas dejaron interrogantes como: ¿Qué pasará con los ojos de agua que están cerca de la construcción?, ¿seguirán teniendo agua como la tenían desde siempre?.
La respuesta de los técnicos, en ese entonces fue: “No le pasará nada a los ojos de agua, la construcción no perjudicará la distribución de agua”.
Por el fondo del túnel
Pasaron siete años desde esa explicación; desde la primera carga de dinamita detonada; desde que el pueblo se llenó de ingenieros, carros y clientes fijos para los bares. Desde que nada fue como antes.
Para ver los frutos de esta obra, es necesario recorrer diez cuadras, hasta que se acaba el pueblo. Es un kilómetro y medio de camino angosto de tierra y polvo amarillento. Son doce kilómetros de asfalto sin inaugurar, que sirven para que uno que otro auto, una que otra moto y una que otra vaca paseen a la velocidad que la física les permita.
Lo primero que se puede ver al llegar, es un corte en la montaña, que irrumpe el paisaje con tal fuerza, que hasta el viento se arremolina buscando el que fue su curso natural. Da unas vueltas, entra y sale, como si la montaña respirara.
Lo siguiente es la boca. Cinco metros de alto por diez metros de ancho. Solo durante los primeros 25 metros la luz deja ver unos anillos con los que se forma la tráquea de este animal dormido. Al costado izquierdo, una especie de riachuelo cristalino, una canaleta construida por alguien para llevar el agua hacia el exterior. A 150 metros, oscuridad y 10 grados centígrados menos que en el exterior. En medio de este universo negro, solo se escucha caer unas gotas. Aún se siente una ligera brisa. A 280 metros, lodo y piedra. Del techo cuelgan tubos y algunos cables.
Para este momento del recorrido, la oscuridad convirtió los 150 metros cuadrados de agujero en una medida indeterminada. De lo único que uno puede estar seguro es que sus pies están pegados al suelo, intentando mantener el equilibro. A 460 metros de profundidad el aire es frío y pesado. Y adentro, dentro de esta montaña, llueve. No es una gotera inocente, es lluvia. Gotas pesadas y gordas por todos lados. Una lluvia descoordinada, caótica, sin sonido uniforme. La luz de la linterna no deja ver las paredes, se queda atrapada en el agua.
A 500 metros y con la ropa mojada solo es posible verse las manos. La lluvia es más intensa y da la sensación que uno se desliza por una pista de jabón. La única certeza es que sobre nuestras cabezas hay toneladas de roca compactada y tierra. Uno no sabe bien a qué temer más: a que toda el agua que filtra del cerro caiga de una sola vez y lo acabe ahogando, o que todas esas toneladas de roca y tierra cedan y lo aplasten como a una hormiga.
Ya no corre brisa, ningún otro sonido más que el del agua golpeando al agua. A 538 metros es posible ver una pared y, por ella, como si fuese una cascada natural que siempre estuvo ahí cavando surcos, erosionando la piedra, escapando por gravedad hacia ningún lugar; litros y litros de un agua cristalina se pierden. Hasta ahí llega el “Portal Muyupampa”, como se conoce a una de las entradas del túnel.
Una obra abandonada
El Túnel Incahuasi se comenzó a construir el 23 de marzo de 2015. La obra fue adjudicada a la empresa argentina José Cartellone Construcciones Civiles S.A. por un costo de 159.793.351,20 bolivianos (más de 22 millones de dólares). Debía terminarse en 1349 días, por lo que debió estar listo el 1 de diciembre de 2018.
Pero ahora está abandonado. Para mayo de 2018 el avance era del 85 %. Ahora es un túnel sin salida, porque restan 160 metros de roca por derribar.
En las comunidades hay muchas versiones de por qué se fue “La Cartellone”. Porque quebraron. Porque no podían avanzar y se cansaron. Porque había muchos problemas, ya que la realidad no correspondía a los estudios con los que se proyectó el túnel. Porque el cerro no quería que lo perforen y les hizo el trabajo imposible.
Lo que sí es claro es que el 19 de agosto de 2019, Brahim Alba Mukled, Gerente Regional de la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC) en Chuquisaca, firmó una carta notariada en la que comunicaba la rescisión definitiva del contrato.
El documento al que se tuvo acceso para la elaboración de este reportaje, resalta que el contratista no puede desconocer sus obligaciones “bajo argumentos absurdos y carentes de fundamentos técnico-legales” y, con base en esas justificaciones, abandonar la obra. Se intentó obtener la versión de la compañía, pero hasta el cierre de esta publicación, no se obtuvo respuestas. Entre tanto, los pobladores de Muyupampa, la capital del municipio de Villa Vaca Guzmán, esperan que el túnel y la carretera prometida algún día se terminen.
Muyupampa es un pueblo de 50 cuadras en el que viven, aproximadamente, 2.400 personas. Todos los días a las cinco de la mañana, en simultáneo con el canto de los gallos, un pelotón de señoras sale a barrer sus aceras, haya o no luz solar. Aquí conviven pacíficamente, aunque no sin cierta tensión, lo tradicional y lo novedoso; lo quechua y lo guaraní; indígenas y blancos que añoran los años del patronaje; tipoys (vestidos tradicionales) y camisetas Balenciaga. Las abarcas con sneakers, como se le dice a las zapatillas personalizadas, y perros raza cocker spaniel. Muchos perros cocker spaniel. Demasiados perros cocker spaniel.
En este lugar se sigue esperando caminos permanentes para comunicarse entre comunidades. Que las mujeres tengan participación en los asuntos dirigenciales. Que el maíz, maní y ají que se producen tengan un valor agregado. Que los productos que llegan de otros lados no sean tan caros. Que cuando llueva no queden atrapados y que una carretera los una con el resto del país. Eso esperan -dicen- hace 60 años: una gran carretera, un gran túnel y que todos esos problemas, por fin, mágicamente, se resuelvan.
El Iya y el impacto sobre el agua
En el mundo guaraní cada elemento de la naturaleza tiene un espíritu protector llamado Iya, a quien se debe pedir permiso. Eso le da equilibrio a un territorio.
– A mi el dueño (el Iya) del cerro me ha hecho soñar. Antes de que comiencen a construir (el túnel) me soñé que una riada se llevaba a la gente. Me asusté y quería despertar. De ahí he visto el cerro pelado, todo el Incahuasi estaba pelado, ni un árbol había, puras casas blancas de lujo, puras casas como en la ciudad.
Celso Juandela susurra su sueño como si las palabras revivieran el espanto de esa noche hace 10 años, cuando saltó de la cama sediento y pidiendo agua. Como si los Karai (el hombre blanco) viniesen a imponerse y apoderarse del cerro, como él interpretó su sueño.
Ningún estudio respecto a la perforación del túnel toma en cuenta el impacto inmediato y futuro sobre las fuentes de agua que sirven a las 16 comunidades colindantes a la obra. Tampoco el de Impacto Ambiental y Elaboración del Diseño Final del Tramo “Monteagudo – Ipatí” de 2009, ni la Actualización y Adecuación de la Factibilidad Técnico Económica. Ni siquiera el de Impacto Ambiental y Elaboración del Diseño Final del Tramo “Monteagudo – Ipatí” de 2010 habla de un impacto directo sobre fuentes de agua. Es más, la sección que debe hablar de la reacción que tendría la obra con los recursos hídricos, es bastante escueta, pasa exactamente lo mismo con la sección de impactos ambientales.
Los informes que se emitieron luego de iniciada la construcción dan cuenta de “grandes filtraciones no previstas”, lo que es extraño porque tanto los informes geológicos y el estudio de prospección geofísica de resistividad eléctrica (una especie de tomografía que se le toma al cerro) hablan de una fuerte presencia de “material suelto, arena gruesa, limo arena y arcilla”.
Básicamente, aunque los estudios previos y de diseño del proyecto dicen que no habrá problemas mayores de filtraciones, los posteriores dicen que el cerro tiene secciones que son esponjas de filtración de agua; eso a lo que los comunarios llaman “bolsones de agua”.
Para Carlos Góngora, experto en protección de recursos hídricos, a la luz de los estudios ya mencionados es muy difícil no prever filtraciones. Mucho menos asegurarle a los comunarios que no habrá impacto en sus fuentes de agua, ya que, de manera inevitable, al perforar el túnel se perforan estos “bolsones” o se “rompen venas” que cambian el curso del agua hacia los llamados “ojos de agua”. Y estos cambios tienen un impacto. Las vertientes que alimentan ojos de agua fueron redirigidas o cortadas y eso, a su vez, influye en la humedad y calidad del suelo circundante. El impacto era inevitable.
Durante el 2º Congreso Internacional de Túneles, que se realizó en Cochabamba el 26 y 27 de octubre de 2017, y el 7º Congreso de túneles en Perú en 2018; se presentaron ponencias que llevaban como título: “Túneles profundos en rocas blandas. Experiencias bolivianas en túneles viales” y “Experiencias de excavación de túneles en rocas blandas. Experiencias andinas”, respectivamente.
En ambas ponencias, los geólogos Sergio Sánchez Rodríguez y Ero Vinicius Silva Espiña, de Geoconsult España Ingenieros Consultores, manifestaron los problemas que se tenían. Explicaron que se toparon con “materiales que son de calidad geomecánica baja a media, lo cual no se reflejaba en el proyecto con el que se licitó la obra”. Una forma que tienen los ingenieros para decir que se encontraron con un terreno diferente al que se había planificado. En esa misma presentación mostraron un cuadro de las diferencias del terreno cuando se proyectó, la ejecución, y la variación es significativa.
De estas diferencias fue testigo Leonardo Céspedes, ahora capitán comunal de la zona. Como mucha gente del lugar, en aquel entonces él trabajó para “La Cartellone” inicialmente como ayudante y luego como monitor socioambiental.
– Nos decían una cosa y hacían otra. Decían que no iba a pasar nada con la toma de agua y ni bien comenzaron, se secó la que estaba a la entrada del túnel. Para compensarnos hicieron otra que a los pocos meses se secó también. Decían que no iban a contaminar el agua, pero había días que salía agua sucia del grifo. Ya no podíamos decir nada porque ya se había firmado que estábamos de acuerdo y ya nos habían dado las compensaciones.
En el caso de Muyupampa las compensaciones según Céspedes, fueron básicamente la construcción del “Centro de capacitación y comercialización TCO iti- karaparirenda”, con un costo aproximado de más de dos millones de bolivianos. La obra fue entregada el 28 de noviembre de 2017 y está abandonada desde entonces, así como la dotación de un tractor agrícola que está a cargo del mismo Leonardo Céspedes.
Estas compensaciones no evitaron que en estos siete años, desde que comenzó la construcción del túnel, los impactos hagan mella en la vida de los pobladores de Muyupampa, mucho más en los últimos cuatro años que coincidieron con climas secos.
– Desde julio hasta septiembre no había agua, apenas un poquito salía del grifo. Las quebradas estaban secas; las tomas de agua, secas. Grave sufrimos por ese túnel. El agua es un derecho fundamental y nos lo están quitando por ese túnel.
Reclama Celso, quien pertenece a una de las principales comunidades afectadas. Al respecto, el alcalde de Villa Vaca Guzmán, Félix Flores, reconoce que los reclamos de Juandela son reales:
- Sí ha habido impacto ambiental de manera muy notoria. Sabemos muy bien que este cerro del Incahuasi tiene bastante agua y todas las instalaciones de diferentes comunidades son captadas del cerro.
De acuerdo con los reportes del mismo alcalde, las comunidades con mayor afectación son: Tururumba, Caraparirenda, Ayango y la misma población del área urbana de Muyupampa. Frente a esto, dice que pretenden paliar estos impactos con una represa, un sistema de riego tecnificado y perforación de pozos con el apoyo de la cooperación japonesa. Porque si bien sufren los impactos, ven beneficios en la carretera.
“Sabemos que hay impacto y la falta de agua puede ser un gran problema, pero los beneficios que trae la carretera van a balancear aquello”, dice Flores.
Clamar a los Iyas
El 30 de diciembre de 2020, Leonardo Céspedes nos acompaña a la boca del túnel. El plan es llegar a la toma de agua que construyó la empresa contratista para suplir la que se había secado cuando comenzaron las excavaciones. Está en el mismo cerro, varios metros arriba. Uno debe guiarse por un sendero labrado por agua. El Mburubicha Leonardo dice que cuando eran niños venían a este cerro a buscar limas, a bañarse en el agua que caía del cerro, pero ahora todo está seco.
Hay una estructura -metal, concreto y piedra- una especie de kiosco abandonado, esa era la toma de agua que debía servirle al menos a 200 personas. Ahora esa gente bebe agua del riachuelo improvisado que corre dentro del túnel. Esa es, por ahora, su forma de abastecerse. Las cosechas sufren en demasía entre julio y septiembre, los animales deben compartir el agua del grifo con las familias porque las quebradas están secas.
Cuando Leonardo se acerca a la boca del túnel muestra una culpa, que intenta ocultar con frases de resignación. De vez en cuando dice:
– Si habríamos sabido que esto iba a pasar, no dejábamos pues que se haga el túnel. El cerro es nuestra madre y mirá que nosotros mismos dejamos que la dejen así, desangrándose.
Al que la indignación no le cabe en el cuerpo es a Celso Juandela, quien desde el inicio de la pandemia de COVID-19 está atrincherado en su casa. Para encontrarse con él es necesario recorrer 21 kilómetros, de los cuales 14 son por un caminito angosto en el que solo caben un automóvil pequeño y un perro a la vez. Luego hay que atravesar por 14 quebradas, tres portones que marcan el inicio y fin de una comunidad, y espantar a caballos o vacas que deciden que el camino es un buen lugar para que un animal de cientos de kilos duerma. Ahí, al final de ese camino, está la casa de Celso, sin señal telefónica ni electricidad.
– Yo tanto les he dicho: el túnel va a arruinar los ojos de agua, se va a secar y no me creían. Ahora mirá, mucho arrepentido hay. Después de tomar agua sucia, que no haya ni agua para los animales, recién están diciendo: ¿Qué vamos a hacer?
Hay que hacer algo, pedir que en el nuevo estudio tengan en cuenta estas cosas, alguien tiene que ver lo que está pasando.
Según el alcalde de Villa Vaca Guzmán, Félix Flores, y fuentes de la ABC que pidieron no ser identificadas, se espera el reinicio de las obras luego de un nuevo estudio que detalle los nuevos costos, aunque la última convocatoria referida a este tema data de marzo de 2020 y fue declarada desierta.
Los pobladores de esta región tienen un túnel cuya construcción llevó cinco años y lleva casi tres años abandonado. En los últimos cuatro años, la falta de agua se comenzó a sentir sin tener a nadie a quien acudir y aparece la frase que se repite como un mantra de penitencia “Ya está hecho, qué vamos a hacer”.
A quien no le cuadra esta frase es a Isapi. “no se puede quedar así. Es más que el agua, es nuestro monte, nuestras abuelas dicen que esto es por el desarrollo, pero, ¿a qué costo? ¿Realmente vale la pena?”.
Sobre las propuestas para paliar el problema Celso dice:
– El Iya (el dueño, el espíritu guardián) no se va a enojar solo con los que han firmado, o con los que han cavado. Cuando se enoja se enoja, es con todos y eso es cosa seria.
Nos dicen que van a traer agua por tubería, nos van a dar riego tecnificado, como si fuera lo mismo que el monte. Las quebradas, la humedad, la calidad de la tierra para sembrar nuestro maíz viene del agua del cerro. Cómo nos van a decir que es lo mismo. Cuando el dueño (Iya) se vaya, esto se va a quedar seco y ahí recién vamos a preguntarnos por qué no hemos hecho nada.
La fuerza de este pedido radica precisamente ahí: en preservar el agua, que es monte, tierra, animales, plantas y comida. Preservar la cosmovisión y cultura guaraní; de tomar de la tierra solo lo necesario, porque -al fin y al cabo- pelear por agua es la forma en la que Celso, Isapi y Leonardo pueden contar y enseñar su historia. La forma que tienen de relacionarse con sus Iyas.
Para que el dueño no se vaya…
Imagen de portada: El portal Muyupampa del túnel Incahuasi, abandonado desde el 2018.
Fotografías: Jhonnatan Torrez
Jhonnatan Torrez es psicólogo e investigador social, se acerca al periodismo a través de la crónica, habiendo obtenido en dos ocasiones la mención de honor en el Premio Nacional de Crónica Periodística Pedro Rivero Mercado. Ha estado a cargo de la investigación y dramaturgia del proyecto multinacional de investigación teatral “Palmasola”, en el que se abordaba la problemática de los internos de la cárcel de Palmasola en Santa Cruz de la Sierra con el grupo teatral suizo Klara.