Por Periodistas por el Planeta
*Este artículo es parte de un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América latina y que publicamos como parte de la alianza con la Red Ambiental de Información (RAI).
La lluvia que hace caudaloso al Río Paraná —que corre a través de Brasil, Paraguay y Argentina, a lo largo de unos 4880 kilómetros— o exuberante a la selva misionera (en la provincia de Misiones, Argentina) es producto de un fenómeno único: los ríos voladores de la Amazonía.
Este empieza cuando los árboles en la cuenca amazónica, a través de la evaporación, liberan a la atmósfera alrededor de 20 millones de toneladas de agua al día en estado gaseoso, es decir, como vapor de agua. Al llegar a una cierta altitud, el vapor se enfría y se condensa formando nubes que son arrastradas por los vientos hacia el interior del continente.
Estas nubes, al chocar con la cordillera de los Andes, liberan el agua en forma de lluvia regando buena parte de América del Sur. La Amazonía, por lo tanto, es esencial para el ciclo hidrológico de la región.
Pero, cuando deforestan la Amazonía, cuando reducen a cenizas áreas de este ecosistema, cuando avanzan con topadoras para reconvertir sus suelos a actividades agrícola-ganaderas, no sólo desaparece una diversidad biológica única, sino también las lluvias.
El fenómeno de los ríos voladores no se produce en las sabanas. Necesita de toda la flora y de toda la fauna para existir. Por eso, lo que sucede en la Amazonía nos afecta a todo América del Sur, viva uno cerca o no tan cerca de ella.
En resumen, estos con los cuatro pasos: el calor ecuatorial evapora el océano, las nubes avanzan intercambiando humedad con la selva, las lluvias chocan con los Andes y los vientos alisios forman los ríos voladores.
Ilustraciones: Fernando Calvi (dibujo) y Francisco de Zárate (textos).
Mapa: Pablo Omar Iglesias.