Los conflictos entre el oso y el hombre han convertido a una de las especies más carismáticas de Bolivia en un extraño en su propia casa, ocasionando la cacería de al menos 36 osos durante los últimos catorce años
Por Mercedes Bluske Moscoso
(Esta es una colaboración periodística entre la Red Ambiental de Información (RAI) y Verdad con Tinta)
Descendiente del oso de hocico corto de Florida (Tremarctos floridianus), el jucumari es la única especie de oso que habita en Sudamérica, con presencia en Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.
Su llegada al continente tuvo lugar en medio del denominado Gran Intercambio Biótico Americano, en el que la fauna terrestre y dulceacuícola migró de América del Norte hacia América del Sur y viceversa, como resultado del surgimiento del istmo de Panamá, el cual terminó de unir los continentes que hasta ese entonces se encontraban separados.
Tras su llegada, el Tremarctos floridianus se vio sometido a la amenaza de carnívoros más grandes que habitaban en Sudamérica, por lo que tuvo que adaptarse para vivir en zonas en las que no debía competir por el alimento para poder sobrevivir. Este úrsido eligió la zona andina, en donde evolucionó hasta convertirse en el oso andino (Tremarctos ornatus), también conocido como oso de anteojos, u oso jucumari en Bolivia.
Libre de amenazas, el oso jucumari logró adaptarse totalmente a las características de su nuevo hábitat principalmente al adecuar su dieta, sustituyendo en gran parte la carne por materia vegetal y frutos de los bosques donde habita. Sin embargo, tres millones de años después, las amenazas vuelven a perseguir al jucumari en las zonas que por millones de años han sido su hogar. Esta vez el depredador es menos robusto, pero más inclemente: el hombre.
La pérdida de hábitat y el cambio climático, son algunas de las amenazas que ponen en peligro la vida del jucumari, el cual cada vez cuenta con menos territorio de calidad para sobrevivir. Estas presiones han obligado a la especie a abandonar su casa y migrar a zonas más pobladas o, por el contrario, las actividades productivas encabezadas por el hombre han supuesto una intromisión humana en las zonas en las que habita el oso. En ambos casos el animal se ha visto expuesto a encuentros más frecuentes con el hombre, los cuales derivan en otro peligro: la cacería.
Conflictos con el oso
“Lo que se sabe de la especie a lo largo de su distribución, es que hay dos factores clave que están disminuyendo su población: la pérdida de hábitat y la cacería”, explica el biólogo y docente de la Universidad Francisco Xavier de Chuquisaca, Mauricio Peñaranda Del Carpio, quien también trabajó en el Programa para la Conservación de Carnívoros Grandes Andinos.
“Cuando combinas estos dos factores, tienes la receta perfecta para que los individuos vayan desapareciendo de los diferentes lugares en los que habitan”, agrega.
A lo largo de su distribución en Bolivia, en las ecorregiones de los Yungas de La Paz y Cochabamba, del Bosque Boliviano-Tucumano, del Bosque Seco Interandino y del Chaco Serrano de Cochabamba, Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija, el oso ha hecho de reservas y áreas naturales, su hogar. El Palmar, Madidi, Carrasco, Iñao, Amboró, Apolobamba y Tariquía, son 7 de las 12 áreas protegidas nacionales en las que se encuentra.
Pese a que estos lugares están protegidos por ley, como el Reglamento General de Áreas Protegidas, aquello no ha sido impedimento para que el animal sea victimado en las zonas aledañas por conflictos con los pobladores, principalmente a causa de la depredación de ganado y cultivos.
“Aquí, como está dentro de un área protegida, no dejan que las personas lo cacen, pero en los últimos años están habiendo problemas con la ganadería extensiva; el ganado vacuno principalmente”, dice Mauricio refiriéndose al Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) El Palmar.
Aunque los roces entre el oso y el hombre son más frecuentes por supuestos ataques al ganado, un estudio de pregrado realizado por la estudiante Daniela Díaz, de la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, identificó que en el caso del ANMI El Palmar, el 87% de la dieta del oso está compuesta por la envoltura de los cocos de la palmera (Parajubaea torallyi). El porcentaje restante se divide entre otras especies de plantas, como las bromelias.
Aunque los rastros de carne en su dieta representan un porcentaje poco representativo, ante la muerte del ganado, el veredicto de los pobladores casi siempre es unánime: el oso es el culpable.
El problema de El Palmar se replica en otras áreas protegidas del país, pues al tratarse de un animal omnívoro, si el oso se encuentra con ganado, eventualmente puede alimentarse de este, lo cual genera conflicto con los dueños que proceden a cazarlo en represalia.
Entre el 2018 y el 2020, el Parque Nacional y ANMI Serranía del Iñao se ha convertido en el escenario de la cacería de tres osos. En las tres ocasiones el verdugo fue el mismo y el justificativo también: represalia.
“En el año 2018 se dio la primera denuncia. En esa oportunidad se había victimado a dos osos jucumaris. Eso fue el 13 de abril de 2018 en la comunidad de Peña Blanca en el municipio de Padilla”, explica con tono pausado el director del Iñao, Guido García Carvallo.
Aunque el evento no había ocurrido en el interior del parque, el funcionario actuó de acuerdo a lo que consideraba “correcto”, presentando el informe a las autoridades competentes para que llevaran el caso.
El hombre, Pánfilo P., quien había acabado con la vida de esos dos osos, argumentó que había actuado en represalia porque había encontrado a los jucumaris comiéndose a su ganado.
Pese a las denuncias y procesos iniciados contra el sindicado, sus acciones no tuvieron mayor consecuencia que una llamada de atención.
El 22 de junio de 2020, en los alrededores del Iñao, se lamentaba una nueva pérdida a manos de Pánfilo P. bajo la misma excusa: represalia.
En esta oportunidad el caso fue atendido por el Ministerio Público y derivado a la fiscalía del municipio de Padilla según la jurisdicción, sin embargo, tanto el director del Iñao como el director de la Dirección de Medioambiente de la Gobernación de Chuquisaca, Iván Albis, desconocen el estado en el que se encuentra el proceso.
Matar un oso en Bolivia es un delito que puede sancionarse con hasta seis años de cárcel, de acuerdo con el artículo 223 del Código Penal, sobre Destrucción o Deterioro de Bienes del Estado y la Riqueza Nacional.
Estos casos se suman a uno anterior, del año 2014, en el que una familia del municipio de Villa Vaca Guzmán había matado a un oso que había ingresado a su propiedad. García asegura que encontraron la piel del animal, pero no presentaron la denuncia porque había sido en defensa.
“Obviamente el oso sale del área protegida, porque está en su lugar”, asegura el director.
Los bosques son la casa del oso y el animal desconoce de leyes, decretos y áreas protegidas, este se desplaza para conseguir alimento, aunque esto muchas veces, pone en riesgo su vida.
Los intrusos son otros, quienes llegaron a aquellos bosques millones de años después bajo la promesa de hacer de la ganadería y de la tierra la base de su desarrollo económico, aunque aquello implicaba entrar a la casa del jucumari sin pedir permiso y sin pedir perdón.
‘’La gente le echa la culpa al oso’’
Los escenarios son diferentes, pero la realidad es la misma. Viviana Albarracín Dávalos, ingeniera en ecología y medioambiente, ha trabajado en el conflicto del hombre con el oso andino en el departamento de La Paz, e indica que las zonas de Inquisivi y Apolobamba se han convertido en campo minado para la especie a causa de los conflictos, tanto por ganadería como cultivo.
El estudio denominado “Percepción actual de los pobladores locales del cantón Lambate sobre el jucumari”, llevado a cabo por Albarracín en el año 2010, concluye que se percibe al jucumari como culpable directo por cualquier desaparición o muerte del ganado, sin siquiera verificar el hecho.
La investigadora pudo registrar al menos 8 casos de cacería de osos en el departamento de La Paz entre 2006 y 2020. Uno de los casos más “preocupantes” para la investigadora, fue uno registrado en la comunidad de Chuñavi, donde en el año 2006 los pobladores mataron a un oso y a un osezno. El cuero de ambos animales colgaba en las paredes como prueba del crimen. Sin embargo, los registros orales, de los que no se tiene prueba alguna, son mayores, pero no se los conoce por falta de estudios y recursos para la recopilación de datos sobre la especie y la cacería en sí; una realidad que es similar en otros países en los que habita la especie, como Perú
Herminio Ticona Huallcho, responsable operativo y logístico de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS), asegura que del 2010 al 2019, según reportes orales de la gente, se mataron entre 10 y 15 osos sólo en el área de Pelechuco, en la zona del parque Apolobamba.
Ticona, desde el otro lado del auricular, relata que al tratarse de zonas montañosas, el ganado también suele despeñarse, quedando el oso exento de culpa sobre la muerte, aunque su instinto lo llevará a alimentarse del animal igualmente. Pero para los pobladores el culpable siempre será el oso, por lo que toman represalias en su contra de igual manera.
“Si los pobladores sueltan a los animales en el bosque para alimentarlos, ¿quién está invadiendo a quién?”, cuestiona Ticona. “Antes este lugar estaba deshabitado, era tierra de osos, ¿quién es el intruso?”, vuelve a preguntar el hombre que lleva 22 años, más de la mitad de su vida, trabajando en la zona.
El escenario se repite en Tarija en las diferentes zonas donde habita el jucumari: un animal fornido de piel negra, anteojos amarillentos y ojos profundos como la noche.
“Aquí tenemos muchos casos en los que la gente le echa la culpa al oso, pero nadie ha visto al oso matar, sí comerse una vaca, pero no matarla, porque en la zona las vacas muchas veces se despeñan, entonces el oso come”, explica la bióloga Ximena Vélez-Liendo, quien es Conservation Fellow del Wild CRU de la universidad de Oxford y directora del Programa para la Conservación de Carnívoros Grandes Andinos.
Si bien el trabajo de Vélez-Liendo en los últimos años se ha centrado en promover alternativas económicas fuera de la ganadería en las zonas donde habita el jucumari en Tarija, así como en educar a los pobladores respecto al oso andino, evitando de manera contundente nuevos casos de cacería por represalia en la zona, hasta el año 2016 la realidad era diferente.
Un estudio realizado por Vélez Liendo junto a la ONG Protección del Medioambiente Tarija (PROMETA) en el año 2010, reveló que se mataba un oso cada dos años en cada comunidad. Teniendo en cuenta que el jucumari habita en al menos cinco comunidades del Departamento de Tarija, entre 2010 y 2016 se mataron aproximadamente 15 osos.
El caso más reciente de cacería en Tarija tuvo lugar en el año 2019, en una comunidad en la que el Programa liderado por Vélez Liendo recién empezaba a trabajar.
“Ellos decían que preferían matarla, a que luego ella los mate”, explica Ximena sobre este caso que si bien no estaba relacionado a la cacería por conflicto, terminó llevándose la vida de un osezno o cría de oso.
Para la bióloga, la cacería, sin importar el número de casos, afecta “de gran manera” a la población de osos, puesto que se trata de animales grandes, que son solitarios y naturalmente las densidades son bajas, pues se conoce que en el continente existen entre 18.500 y 20.000 individuos de oso andino. Además, la cacería por retaliación es una amenaza identificada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN por sus siglas en inglés) y el Libro Rojo de los Vertebrados de Bolivia.
Aunque no se tiene datos exactos sobre la población de osos en Bolivia, una estimación realizada por Ximena Vélez Liendo de acuerdo a la calidad del hábitat, determinó que las fronteras nacionales albergan alrededor de 3.000 individuos adultos.
En el Parque Nacional y ANMI Madidi, según registros del guardaparque Diego Aliaga, entre 2010 y 2018 se han matado a 3 osos como consecuencia de los conflictos entre el oso, el ganado y los pobladores. Por su parte, en el municipio de Colomi, en Cochabamba, se ha registrado un caso en el año 2020, según reporta el exjefe de protección del parque Carrasco, Roberto Portuguez.
En el año 2018, la localidad de Lambate, en el municipio de Irupana del departamento de La Paz, fue testigo de un caso que llegó a viralizarse en las redes sociales, ya que los cazadores subieron una foto con el oso victimado en sus brazos. Fue uno de los casos de cacería más resonado en el mundo virtual, pero aún así, no fue el último.
Este reportaje encontró que en los últimos 14 años, al menos 36 osos han sido víctimas de la cacería por represalia, eso sin contar los casos de Apolobamba, de los que sólo se tienen registros orales informales, pero con los que se superarían los 50 casos.
Julia Quiroga, bióloga afiliada del Museo de Historia Natural “Alcide d’Orbigny”, reconoce que uno de los principales problemas es la falta de estudios sobre el oso, así como la falta de datos precisos sobre la cacería. Sin embargo, la experta, tanto como sus colegas, coinciden en que esta es una amenaza significativa teniendo en cuenta la densidad de osos en el país y su baja capacidad de reproducción.
Nota del editor: Las imágenes de osos jucumari que aparecen en este video, son gentileza de las cámaras trampa del proyecto encarado por DarwinInitiative-ChesterZoo-WildCRU-PROMETA, las mismas, fueron registradas en el departamento de Tarija y utilizadas en este video únicamente con fines de referencia de la especie.
Imagen de portada: oso jucumari. Ilustración: Glenda Flores Román
Mercedes Bluske estudió Periodismo en Córdoba, Argentina y posteriormente se especializó en Dirección de Comunicación y Nuevas Tecnologías en la Fundación COSO de Valencia, España. Es cofundadora y directora ejecutiva de la revista de reportajes periodísticos Verdad con Tinta, creada en el año 2015, la cual ha recibido galardones a nivel nacional, como el Premio Cristian Osvaldo Mariscal, el Premio Eduardo Abaroa y una mención de honor en el concurso Sin Censura Previa.