Por Michelle Soto Méndez / Ojo Al Clima
Apenas habían transcurrido 15 días del 2020 cuando Petteri Talas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), anunció que en el año anterior se habían roto varios récords: 2019 fue el segundo año más caliente de la historia y la década comprendida entre 2010 y 2019 fue la más cálida jamás registrada.
De hecho, el 2020 inició con tremenda herencia: una temperatura media planetaria de 1,1 °C por encima de los niveles preindustriales.
En el Acuerdo de París, los países se comprometieron a limitar ese incremento a 1,5 °C, pues continuar con el ritmo actual de emisiones implicaba llegar ese umbral en el 2030. Para impedirlo, y con ello evitar devastadoras consecuencias, se debe alcanzar cero emisiones netas en el 2050.
De allí que el 2020 marque un punto de inflexión, tal como se evidencia en el reporte “El momento decisivo del clima”, publicado en abril de 2017. Los autores del informe, entre los que están investigadores del Instituto Postdam de Alemania, adujeron que las metas del Acuerdo de París podrían cumplirse si las emisiones alcanzan su punto máximo este 2020 e inmediatamente empiezan a bajar.
Con ello, la transición hacia una economía descarbonizada será menos costosa y con menores impactos sociales; incluso identificaron acciones urgentes en seis ejes: energía, transporte, uso de la tierra, industria, infraestructura y finanzas.
En 2019, World Resources Institute (WRI) hizo un seguimiento a ese reporte y publicó el informe Seguimiento del progreso del punto de inflexión climático en 2020. En este se concluye que “a pesar de los alentadores avances en algunas áreas como la adopción de energía renovable, en muchas otras es necesario tomar medidas extraordinarias para alcanzar los hitos”.
Aún así y según Christiana Figueres, quien fungió como Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), las emisiones derivadas del sector energético (electricidad, calefacción y transporte) están bajando debido a la pandemia por COVID-19, la cual impacta al mundo desde diciembre de 2019 y ha obligado a tomar medidas de distanciamiento social.
“¡Qué ironía! Justamente este año en que la ciencia nos pide bajar las emisiones vamos a bajarlas pero no de una manera pensada, mesurada y sobre todo benéfica. Vamos a bajar las emisiones con un alto costo humano, con miseria, con muertes, con desplome económico y con una gran cantidad de consecuencias inaceptables desde el punto de vista del cambio climático”, destacó la arquitecta del Acuerdo de París en el podcast Entre Líneas, moderado por Frank Murillo y Jaime García de INCAE Business School.
“La recuperación de COVID-19 presenta oportunidades para mejorar la resiliencia de las sociedades, economías y empresas. Depende de todos los actores”. Virginia Vilariño, CEADS.
Sin embargo, las medidas de recuperación ante la pandemia no dejan de ser una oportunidad para diseñar una “nueva normalidad” más sostenible, descarbonizada e inclusiva.
“Si aceptamos el reto, podemos crear medios de vida más resistentes, seguros y satisfactorios; disfrutar del acceso a un aire y un agua más limpios, vitales para nuestra salud; vivir en mejores edificios y en ciudades más habitables; estimular la innovación y mejorar la eficiencia de nuestros recursos, creando nuevos empleos, oportunidades económicas y crecimiento; y regenerar los extraordinarios ecosistemas que hacen rico a nuestro planeta”, escribieron los autores en el reporte del 2017, pero sus palabras son pertinentes en este contexto de COVID-19, más cuando la pandemia deviene de una enfermedad zoonótica que deja al descubierto la relación abusiva que ha tenido la humanidad con los ecosistemas.
En este sentido, la palabra “resiliencia” encuentra eco. La resiliencia se refiere a la capacidad que posee una persona o sistema para superar una crisis, llámese esta pandemia, pérdida de biodiversidad o cambio climático.
“No se trata de apagar el mundo. La estrategia de recuperación tras la pandemia no debe ser una oportunidad para construir sobre lo mismo, sino para transformarnos como humanidad”, dijo Ana María Majano de la plataforma LEDS LAC durante el conversatorio titulado “COVID-19 y desarrollo resiliente bajo en emisiones en Latinoamérica”.
Para Figueres, estos meses vinieron a ser un “alto en el camino” propicio para reflexionar al respecto.
La gran pausa
“La historia mirará a estos primeros seis meses del 2020 como una gran pausa. A mí me gustaría que los 12, 18 o 24 meses después de ese primer empuje de la crisis de salud, y cuando empecemos a enfrentar el desplome económico, sirvan para converger en soluciones”, señaló la exsecretaria de la CMNUCC.
En este 2020 coincidieron varias crisis que comparten raíces: ciertamente está la pandemia, pero también la crisis del petróleo, la desigualdad social y económica que se está agudizando y, por supuesto, el cambio climático.
“No hay plata, ni voluntad, ni tiempo para hacerle frente a esas crisis de forma secuencial, y están tan entrelazadas la una con la otra que lo único responsable es hacerlas converger en su solución”, destacó Figueres, quien también es cofundadora de Global Optimism.
Para Virginia Vilariño, coordinadora de Clima y Energía del Consejo Empresario Argentino para el Desarrollo Sostenible (CEADS), la pandemia también ha puesto en evidencia la profunda conexión de estas crisis con la naturaleza.
“Hoy sabemos cuán expuesta está nuestra forma de vida y nuestros sistemas productivos a grandes shocks y disrupciones como estas. La pandemia ha revelado la escala de los riesgos sistémicos que enfrentamos y la falta de resiliencia en nuestros modelos sociales”, enfatizó Vilariño durante el conversatorio organizado por LEDS LAC.
Si bien las medidas tomadas durante COVID-19 no son necesariamente replicables a la acción climática, Vilariño consideró que sí ha habido lecciones. Por ejemplo, la digitalización de los servicios ha permitido la continuidad de una parte del sistema socioeconómico y, gracias a ello, se han reducido las emisiones generadas por el transporte. Esa digitalización también se relaciona con el surgimiento de nuevos modelos de trabajo y empleos.
Asimismo, la crisis sanitaria permitió identificar cuáles sectores son más resilientes. Ese es el caso del sector de las energías renovables y las finanzas verdes. “El 60% de las inversiones sostenibles, según los principales fondos de inversión, superaron en ganancias al resto del mercado desde que inició esta crisis y es probable que sigan siendo las mejores apuestas a largo plazo”, dijo Vilariño.
“La pandemia también puso en evidencia las vulnerabilidades sistémicas que tienen nuestras economías y cómo las desigualdades subyacentes no hacen más que agravar las crisis. Es necesario reducir esas desigualdades para reforzar la resiliencia de la población en su conjunto y sus capacidades de adaptación. Esto sobre todo de cara a los impactos del cambio climático”, manifestó la experta de CEADS.
COVID-19 y acción climática
Un estudio elaborado por Climate Action Tracker calculó que el daño económico causado por la pandemia hará que las emisiones caigan entre 4% y 11% en 2020 y posiblemente entre 1% y 9% en 2021, esto con respecto a los niveles de 2019.
“Esto no es nada para celebrar y, como muestra nuestro estudio, si no se despliegan estrategias y políticas de desarrollo bajas en emisiones en los paquetes de estímulo económico que respondan a la recuperación de la pandemia COVID-19, las emisiones podrían repuntar e incluso superar los niveles proyectados anteriormente para 2030, a pesar del menor crecimiento económico”, destacaron los autores.
Para Vilariño, esas medidas de rescate deben integrar las variables de cambio climático, ya que “la recuperación económica pospandemia puede ser compatible con las metas más ambiciosas del Acuerdo de París”.
“Yo espero que estemos construyendo una nueva norma de más consciencia, más intención y más solidaridad”. Christiana Figueres, Global Optimism.
Su aseveración se apoya en los escenarios proyectados por Climate Action Tracker. El estudio halló que las estrategias que invierten en energía verde (incluyendo eficiencia energética y tecnologías de suministro bajas en carbono) tienen el impacto más grande en la reducción de las emisiones.
“La futura intensidad de las emisiones de la economía depende en gran medida de la trayectoria, lo que significa que las inversiones más ecológicas ahora, y en los próximos años, evitarán las altas emisiones en 2030”, se lee en el estudio.
Entre las medidas que se recomiendan están favorecer las tecnologías e infraestructura cero emisiones y eliminar los subsidios a los combustibles fósiles y, en su lugar, brindar incentivos financieros para la compra de vehículos bajos en carbono.
También se recomiendan inversiones directas en transporte público para que sea cero emisiones, así como apoyar la adopción de electrodomésticos, iluminación y dispositivos digitales eficientes.
Vilariño sumó cuatro acciones: preservar el capital natural y restaurar los ecosistemas, así como apostar por una agricultura y un sistema alimentario sostenible y saludable; también invertir en educación y capacitación para abordar el desempleo y los cambios estructurales que traerá consigo la descarbonización, además de invertir en investigación y desarrollo.
“Hay innumerables beneficios derivados de un estímulo verde que ayudará a crear empleo, a mitigar el cambio climático y a obtener otros beneficios como la reducción de la contaminación atmosférica, un mayor acceso a la energía y la seguridad energética. Todos estos y otros beneficios económicos son oportunidades que los Gobiernos pueden aprovechar al emerger en un mundo pos-COVID-19. Sin embargo, esto requiere una acción y un pensamiento audaces”, destacó Climate Action Tracker.
Al respecto, en su reporte del 2019, WRI hizo una sugerencia que se puede recuperar en el contexto pospandemia: “En virtud del Acuerdo de París, los países tienen la oportunidad de mejorar sus compromisos o contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC), lo que puede catalizar la acción a corto plazo. Estos NDC actualizados deberán a su vez traducirse en cambios en las políticas, las acciones y las inversiones”.
Cuando se negoció el Acuerdo de París, los países se comprometieron a renovar sus NDC cada cinco años y prometieron escalar la ambición de sus contribuciones. Este 2020 se deben presentar esas nuevas metas climáticas ante la CMNUCC.
Una humanidad más solidaria
El otro punto por destacar como lección, según Vilariño, es que las personas ahora son más conscientes sobre el impacto de sus hábitos y comportamientos, lo que implica un mayor entendimiento sobre la responsabilidad individual y colectiva.
Rodrigo Rodríguez Tornquist, director de la Asociación Sustentar (Argentina), coincide en ello. “Todos estamos consumiendo muchísimo menos y seguimos vivos. No colapsamos. Claramente tenemos que repensar el modelo de consumo y producción hacia uno más sostenible y también porque el sistema actual va a tener que adaptarse a condiciones absolutamente distintas. Cuando se levante la cuarentena no vamos a volver a la normalidad que vivimos en febrero, porque hay un montón de cosas que no volverán a ser iguales”, dijo en el conservatorio organizado por Global Shapers Buenos Aires.
Aún más importante, Rodríguez abogó por fortalecer el rol de las comunidades y el tejido social. “Nos hemos dado cuenta de que el vecino lo es todo. Hay una oportunidad interesante para reconectar con nosotros mismos, pero también con los otros y ver cómo fortalecemos marcos de colaboración, cooperación y solidaridad porque el que nos va a salvar no es la multinacional sino el vecino, el prójimo”, subrayó.
Como antropóloga que es, Figueres apuntó que las crisis a lo largo de la historia han demostrado que el ser humano es solidario. “La gran pregunta es si esto nos ha tocado el alma tan profundamente y nos ha socollonado el piso lo suficiente como para que esas características humanas sean pegajosas, especialmente la solidaridad y la preocupación por las personas más vulnerables. ¿Será posible que esto sea longevo?
“Si eso es así, si las personas logramos ser más solidarias unas con otras, entonces necesariamente las corporaciones lo van a tener que hacer y necesariamente las empresas que salgan airosas se deben haber dado cuenta de que simplemente no es una cuestión de ganancia. Todos los temas sociales y ambientales están tan ligados a lo económico, y ahora sí es cierto que las empresas tienen que cambiar su modelo de negocio, cambiar sus estrategias y darle igual importancia al tema social y ambiental”, concluyó Figueres.
Foto de portada: Areku Azuaje es una niña de 10 años de Costa Rica. Ella se considera una guardiana de la naturaleza. Este dibujo refleja su visión del mundo. “Cuidemos la tierra que nos da vida”, escribe. Créditos: cortesía de Guardianes de la naturaleza.
Fuente: Ojo Al Clima