Por Márton Hardy (Asociación Armonía)
Mientras unos todavía cuestionan la existencia de un cambio climático inducido por el hombre, en Bolivia empezamos a sentir las primeras sacudidas de la crisis climática. A causa de las prolongadas sequías y la escasez de agua el gobierno declaró emergencia nacional. En El Alto, La Paz y Cochabamba la población hace cola por agua potable y secuestra autoridades estatales reclamando acceso al suministro. En el mismo tiempo en la hoya de los valles andinos, la cuenca del río Mizque y las comunidades ribereñas están amenazadas en su mera existencia a causa de la sequía.
A lo largo del río Mizque una vez yacían frondosos bosques ribereños, sus aguas claras regaban cultivos que alimentaron a cuatro departamentos y a su orilla abundaba una fauna única, con especies en peligro de extinción que en ninguna otra parte del mundo se puede hallar. Hoy en cambio, el paisaje de los valles andinos es, sin duda, desolador. Cultivos secos, masiva mortandad de animales domésticos y la degradación de los bosques secos interandinos caracterizan lo que una vez se ha considerado el granero de Bolivia.
Con la desaparición de las aguas del Mizque se ha visto amenazada la forma de vida de más de 10 comunidades y aproximadamente 300 000 habitantes – en gran medida una población de escasos recursos – dedicados a la agricultura.
También corren riesgo de perder su hábitat las más de 120 especies de aves de la zona, entre ellas la Paraba Frente Roja (Ara rubrogenys), que más allá de ser un ave endémica de Bolivia y en peligro, es uno de los mayores atractivos turísticos de esta región.
Comunidades como Amaya, Perereta y San Carlos – con el apoyo de la Asociación Armonía – apostaron por el ecoturismo y la apicultura como fuentes alternativas para un desarrollo comunitario integral. Sin agua sin embargo no hay ni turismo ni apicultura, las abejas polinizadoras mueren por miles en la sequía y al turista le espera la imagen apocalíptica de chanchos flacos y ganado moribundo.
Que no quepa duda alguna, lo que hoy sucede en el país y en la cuenca del Mizque no es algo imprevisto. Siendo Bolivia uno de los países más vulnerables a los efectos adversos al cambio climático, los científicos hace una década llaman la atención del sector público ante la urgencia de efectuar medidas de adaptación a los efectos de la alteración del clima. Lamentablemente las advertencias de biólogos como Guido Saldaña de la Asociación Armonía llegaron a oídos sordos.
“Hace años intentamos llamar la atención de las instituciones públicas a los efectos adversos de la deforestación, la expansión descontrolada de la frontera agrícola y el mal manejo de los recursos hídricos. Teníamos que llegar a un estado de emergencia para que la amenaza se tome en serio´´, recalcó el coordinador del Programa de Conservación para la Paraba Frente Roja, añadiendo que solo una sólida estrategia para la conservación de la cuenca puede mitigar los efectos del cambio climático que azotan la zona.
La propuesta consiste en formar un Comité de Defensa del río representando todos los municipios beneficiarios de los servicios eco sistémicos del caudal. Dicho comité debería velar por el estado de los recursos hídricos, la preservación de la cabecera de la cuenca, controlar y fiscalizar el cumplimiento de las normas ambientales, administrar los recursos mancomunalmente aportados para la protección de la cuenca y ejecutar actividades de restauración en las áreas más degradadas.
Según Saldaña también es de suma importancia la coordinación con autoridades municipales, departamentales y nacionales para armonizar las estrategias de adaptación al cambio climático.
Las consecuencias del cambio climático ya no son sin duda predicciones borrosas para del futuro, son más bien, una dolorosa realidad del presente y las proyecciones para el futuro tampoco son muy alentadoras.
Los meteorólogos advierten que la época de lluvias va a empezar cada vez mas tarde y durará cada vez menos, mientras la necesidad de agua seguirá aumentando con el crecimiento de la población y la alteración de la temperatura, fenómeno al que los ecosistemas bolivianos son peculiarmente sensibles.