Debido al cambio climático, la Amazonía y otros ecosistemas de la Tierra se acercan a sus “puntos de inflexión”, en los cuales empezarán a degradarse de manera irreversible. Carlos Nobre, investigador con más de 40 años de experiencia en la región, habla sobre las consecuencias de esto y cómo evitarlas.
Por Jacobo Patiño Giraldo
X:@jacobopg99
Es difícil dimensionar lo grande que es la Amazonía. Desde el aire, se despliega como una alfombra de dosel verde que pareciera extenderse hasta más allá de los confines de la imaginación. Desde el suelo, una legión interminable de troncos altísimos resguarda un territorio equivalente a varios países enteros, que sirve como el hogar de más de 30 millones de personas y alberga la mayor biodiversidad en todo el planeta.
A simple vista, parece indestructible. Muchos creemos que, si eventualmente logramos detener la deforestación, las emisiones de carbono o el aumento de las temperaturas globales, esta podrá reclamar todo el espacio que le hemos quitado. Pero la realidad es que la Amazonía, y la Tierra en sí, están al borde de un precipicio invisible, del cual no habrá vuelta atrás.
La Amazonía, al igual que otros ecosistemas, están en riesgo de llegar a un “punto de inflexión”, en el cual comenzarán a deteriorarse progresivamente hasta convertirse en ecosistemas menos diversos, de manera irreversible.
Carlos Afonso Nobre, doctor en meteorología del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) e investigador en temas de la Amazonía y el cambio climático con más de 40 años de experiencia, habló con Comunidad Planeta acerca de cómo funcionan estos puntos, el estado preocupante de la selva amazónica y qué puede hacerse para evitar su colapso total.
¿Cómo colapsa un ecosistema?
Normalmente, la naturaleza tiene la capacidad de recuperarse. Un bosque puede volver a crecer sobre sus áreas deforestadas y un arrecife de coral puede recuperar el color después de un período de blanqueamiento. Sin embargo, esta resiliencia depende de un delicado balance de condiciones óptimas que, si se pierden, no sólo le quitan al ecosistema sus cualidades regenerativas, sino que desatan una reacción en cadena que lo acabará degradando completamente.
La temperatura, la humedad, la precipitación, o la salinidad y la acidez del agua en ecosistemas marinos son algunos de los ejemplos de estas condiciones, y el paso de nuestra especie por la Tierra las está alterando de una manera u otra. Con el cambio climático, las temperaturas globales han aumentado en promedio un grado centígrado desde finales del siglo XIX, el 2023 fue el año más caliente registrado desde ese entonces y este año está en camino a superarlo. También hemos visto un aumento en las olas de calor, las sequías y las inundaciones, al igual que la deforestación y los incendios forestales.
Todo esto ha estado erosionando los ecosistemas del planeta, y la Amazonía, el más biodiverso y uno de los más importantes para la supervivencia de la vida como la conocemos, está bajo una enorme presión. “Si la temporada seca de la selva amazónica aumenta a seis meses o más, esta no podrá mantenerse. Los estudios indican que si cruzamos este punto de inflexión, en 30 a 50 años, el ecosistema se degradará y se convertirá en una sabana tropical”, explica Nobre.
Nobre se refiere a un proceso llamado praderización, que es la transformación irreversible de un bosque a un ecosistema con menor biodiversidad, más seco y con más pastos y menos árboles, similar a una sabana. “Se verá como una, pero tendrá incluso mucha menos biodiversidad”, añade.
Según el científico, se perdería aproximadamente un 85% de los árboles de la selva, quedando únicamente aquellos lo suficientemente resistentes como para existir en el nuevo clima. Además, los estudios que ha realizado indican que tanto el aumento de la temperatura como la deforestación son una vía rápida hacia ese punto crítico de temporadas secas de más de seis meses.
“En 1999 tuvimos el primer artículo que mostraba el efecto de la deforestación en la Amazonía. Allí mostramos que, al deforestar la parte sur de la selva, alcanzábamos estas sequías. Luego, en 2007, junto a mis estudiantes de doctorado, hicimos modelos de calentamiento global y deforestación, y encontramos que un aumento de cuatro grados en la temperatura era suficiente para degradar todo el bosque y que remover 40% de la cobertura vegetal también resultaba en esta transformación total en sabana”, cuenta.
El problema es que hoy en día no tenemos una condición o la otra, sino las dos. Eso nos pone todavía más cerca del punto de no retorno. “Si la deforestación excede el 25% y el calentamiento sube por encima de los 2 a 2,5 grados, llegamos al mismo punto. Ya estamos en 18% y se prevé que lleguemos a los 2 grados para 2035. Esto da mucho miedo”, expresa Nobre.
Un mundo sin Amazonía
El prospecto de perder los casi 7 millones de kilómetros cuadrados de la selva más biodiversa del mundo es desolador. Además de la desaparición de más de 3 millones de especies y los modos de vida tradicionales de los cientos de comunidades que viven de ella, también se acabarían los servicios cruciales que la Amazonía le brinda a todo el planeta, produciendo resultados catastróficos.
El dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero que producimos, es uno de los materiales que utilizan las plantas para conseguir energía y producir oxígeno. Lo toman del aire y lo “inmovilizan”, convirtiéndolo en los azúcares y la celulosa que necesitan para crecer. Por eso, hasta hace poco, la Amazonía era considerada un sumidero de carbono, pues servía como un enorme filtro para nuestra atmósfera.
Sin embargo, la deforestación y la mayor mortalidad de los árboles a causa del cambio climático, han hecho que la selva se convierta en una fuente de carbono, pues al morir y descomponerse, las plantas liberan nuevamente el carbono que habían capturado. “Hay decenas de millones de años de carbono acumulado en la Amazonía. Esto son entre 150.000 y 200.000 millones de toneladas en el suelo y la vegetación. Si esto se libera, se imaginarán lo rápido que aumentará la temperatura en la Tierra”, ilustra Nobre.
Por otro lado, la selva amazónica es una pieza clave en el balance hídrico del planeta. El agua circula en un ciclo constante, en el cual las raíces de los árboles la toman del suelo cuando llueve, la llevan hasta sus hojas y allí se evapora, contribuyendo a las nubes que traerán la lluvia nuevamente. “A esto lo llamamos ríos voladores, cargan 200.000 metros cúbicos de agua por segundo y alimentan las lluvias de los Andes, Paraguay, Uruguay, Brasil, e incluso llegan hasta 3.000 kilómetros al sur de la Amazonía”, plantea.
Pero su pérdida podría ocasionar un círculo vicioso de sequías cada vez más intensas que acelerarían la degradación del ecosistema y afectarían profundamente a toda la región. Y, según Nobre, “el proceso de evaporación absorbe la energía solar, lo que mantiene la temperatura de la zona entre 3 y 4 grados más fría.”
Quizás una de las consecuencias menos conocidas de la pérdida de la Amazonía sería el aumento en epidemias por enfermedades zoonóticas. En el 2020, todos vivimos la consecuencia de una de estas, que se transmiten entre animales y humanos cuando los segundos invaden el hábitat de los primeros.
El meteorólogo advierte que: “ya los estudios muestran más de 25 enfermedades zoonóticas en el Amazonas. Si cruzamos el punto de inflexión, hay un riesgo tremendo de generar de una a dos pandemias por década.”
¿Cómo evitarlo?
El estado de la Amazonía es crítico. Tanto la deforestación y los incendios forestales, como las temperaturas récord que se han vuelto comunes los últimos años, pintan el colapso de la selva como algo aparentemente inevitable. No obstante, el punto de inflexión todavía no ha sido cruzado, y aún existe la posibilidad de que esta se recupere.
Nobre menciona a las “soluciones basadas en la naturaleza”, una serie de estrategias enfocadas en la protección, la gestión sostenible y la restauración de los ecosistemas, como un posible contrapeso al declive de la selva amazónica. Pero, también reconoce que implementarlas no será nada fácil.
La más importante es quizás la más obvia: detener la deforestación. “Necesitamos llegar a cero deforestación y cero incendios. Aquí hay algunas buenas noticias, pues hay sitios, como la Amazonía brasileña, donde la deforestación disminuyó en un 55% en lo que va de este año. Sin embargo, la mayoría de los incendios son causados por personas y se relacionan al crimen organizado, entonces va a ser un reto enorme con estos conflictos en la región”, sugiere.
Por otra parte, argumenta que restaurar lo que se ha perdido es fundamental para recuperar los servicios ecosistémicos, hídricos y refrigerantes de la Amazonía. “En la COP 28 de Dubai, Brasil propuso los arcos de restauración, una iniciativa para recuperar un mínimo de 500.000 kilómetros cuadrados de selva, apuntándole al millón antes del 2050. Esto, con el propósito de evitar que se sigan prolongando las estaciones secas y reducir la temperatura en 2 o 3 grados, para así seguir conservando la biodiversidad”.
Pero nada de esto tendrá efecto si a nivel global no se disminuyen las emisiones de gases de efecto invernadero. “Los países amazónicos tenemos que hacer mucho, pero también tenemos que aliarnos entre nosotros para exigirle a los demás países que reduzcan sus emisiones, porque si nos pasamos de esos 2 grados de temperatura, lo más probable es que perdamos la Amazonía”, concluye.
El camino es largo y sinuoso, las soluciones existen, pero llevarlas a la práctica requerirá una colaboración y un compromiso sin precedentes en el planeta. En este momento estamos en un sitio privilegiado. Nuestra Amazonía todavía puede sanar, pero cada segundo de inacción nos acerca más a ese precipicio del que ni ella, ni nosotros como especie podremos regresar.
Imagen principal: Tepuyes en la Reserva Nacional Natural Nukak, Guaviare, Colombia. Crédito: Jacobo Patiño Giraldo
Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, del que la Red Ambiental de Información (RAI) forma parte.